Revista Maternidad

Año nuevo, vida nueva

Por Latetaymas @LaTetayMas

Creo firmemente que deberíamos comernos las uvas el 31 de agosto, y no el 31 de diciembre.

Y es que, la mayoría de las personas (¿os habéis dado cuenta?) contamos los años a partir del 1 de septiembre, y no del 1 de enero. Quienes tenemos hijos, miramos esa fecha para empezar a encargar las cosas y organizarlo todo para la vuelta al cole, otra rutina más de 9 meses. Y quienes no los tienen, ven en el final del verano, la vuelta al “horario de invierno”, el cierre de las piscinas, y el final de la temporada de terracitas. Y todos, TODOS, hacemos promesas para el regreso.

En  mi caso, el final del año pasado (que como ya habréis deducido, no es en diciembre, sino en junio) ha sido de lo más dilucidador. Mi vida ha cambiado, y lo ha hecho de manera casi radical.

Si recordáis, me despedí de la tienda física al comenzar el mes de junio. Os avisé de que estaría en período de “reseteo”, pero ni yo misma creí que lo fuera tanto.

Me pasé todo el mes de junio medio pocha, con las defensas por los suelos, y pensando sobre lo que quería para mi futuro inmediato y el de mi familia. Acababa de cumplir 40 años, y en una fecha que todo el mundo coincide en definir como “crítica”, la vida me llevaba a un nuevo comienzo.

Ha sido muy duro, porque a nivel personal, en cuanto a relaciones familiares, he tenido que recolocar muchas cosas, integrar en mi interior algunas cuestiones que he tardado en estar preparada para admitir sin dolor.

También ha sido duro echar el cierre a una tienda que parí con  mucho sacrificio, en circunstancias, además, especialmente duras.

Y todo esto ha coincidido con una mudanza. Toda mi familia, los 4, nos hemos ido a otra casa, en otra localidad, con otros amigos, cole nuevo, etc.

Para mi en realidad ha sido un regreso. Es el pueblo de mi madre, donde mi familia ha vivido siempre. Y estoy en casa de mi madrina, llorando a ratos su ausencia (otro cambio en mi vida en los últimos meses, su no-presencia) y agradeciendo su casa a todas horas.

Nos ha costado, pero era necesario. Mi hija mayor tiene un problema respiratorio, y el piso donde estábamos viviendo no era saludable para ella. No sabíamos muy bien por qué, pero el propio piso nos ha demostrado que no debíamos estar allí: hace unas semanas se vino abajo la techumbre, cargada de humedad y chapuzas.

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Aquí uno de mis “felipes”, que está en período de restauración.

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El techo estaba “sujeto” al junquillo original de la casa, es decir, casi en el aire

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Toda la casa, cubierta de un polvo negro y moho, que era lo que enfermaba a Laura

Afortunadamente ya no estábamos viviendo allí. Y Laura está mucho mejor desde que vivimos en la casa de mi madrina.

¿Por qué os cuento todo esto? Pues primero porque me siento obligada a ello, porque sé que me queréis y os quiero.

Y precisamente por eso, quiero explicar mis “desconexiones”, la dificultad para encontrarme. Porque he tardado en encontrarme yo y así es difícil que otro me encuentre.

Vuelvo ahora, mediado septiembre, con las cosas más claras, después de un parto maravilloso, en el que he compartido energías casi en la distancia. Si “el año pasado” sabía que quería acompañar a las maravillosas mujeres que me llaman, ahora lo tengo aún más claro y creo que puedo hacerlo mejor, porque he hecho un huequecillo en mi mochilla para que quepa alguna carga extra.

Porque lo que tengo claro es que yo no me voy a derrumbar como la techumbre de la casa vieja, porque ahora soy más joven que nunca, y porque no me he reformado con chapuzas, sino encofrando a las vigas, bien seguro.

Así que, familias, aquí estoy para vosotras. Poco a poco iré desgranando de nuevo todo lo que os ofrezco, y confío en merecer vuestra confianza.

Y para quienes me seguís con ganas de encontrar esas cosas especiales que a veces os traigo, estaos muy atentos, que en breve comienzo a moverlas.

Y a todos, ¡FELIZ AÑO NUEVO!


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