De esta manera comienza la película de Alfred Hitchcock, Rebeca.
Como la protagonista de la película a veces soñamos con volver a escenarios que han marcado nuestra vida de una manera u otra. Lugares que nos evocan tiempos pasados, donde fuimos felices o desgraciados, pero que de ninguna manera nos resultan indiferentes. La indiferencia, ese gran bálsamo y a la vez esa ruin estado de ánimo, que adormece hasta los recuerdos más recalcitrantes.

Este pasado fin de semana volví a un Manderley particular, una playa que desde el primer día que la pisé me emocionó y más tarde me estremeció, pero no me ha resultado nunca indiferente. Hacía unos cuantos años que no pisaba descalzo su arena, más de cuatro. Fue un verdadero placer volver. Volví a disfrutar de sus olas, de sus pintxos, de su ambiente, de su luz y de sus paisajes.


"Anoche soñé que volvía a Manderley. Estaba ante la verja de hierro. Pero no podía entrar. Entonces, me imbuyó un poder sobrenatural, y atravesé la verja. El sendero serpenteaba y se retorcía y vi que había cambiado, la naturaleza recuperaba otra vez su lugar invadiéndolo con sus tenaces dedos. El sendero se retorcía más y más. Y al final estaba Manderley. Manderley, sigilosa. Sus muros seguían perfectos. La luz de la luna, engañosa me hizo ver luz en las ventanas. Pero una nube tapó la luna como una mano sombría. La ilusión se fue con ella. Era un caparazón abandonado sin susurros del pasado. No podemos volver a Manderley. Pero yo vuelvo en sueños... a los extraños días, que empezaron en el sur de Francia."