Revista Cine
En algunas ocasiones he manifestado públicamente un cierto desdén al fervor que suscitan lo que los más aficionados denominan "cómics" cuando lo que correspondería sería tebeos o aventuras gráficas y me consta que es meterse en un berenjenal porque acuden como moscas a defender su parcelita de escaso contenido vitanímico para el cerebro de nadie y se alzan airadas lamentaciones relativas a mis cortas entendederas de un supuesto arte que pretenden, oh, ingenuos, equiparar con la literatura.
Ello no significa que no haya leído tebeos (cientos de ellos, todos los que pillaba, excepto los de niñas) y que no sea capaz de divertirme un rato con sus historietas sobre todo si están bien dibujadas.
Cuando el año 1978 asistí al estreno de Superman la cinefilia ya había asomado por mis poros y de alguna forma concilié mi fervor infantil por el personaje con las ganas de ver el tebeo a todo color en pantalla grande y moviéndose a toda leche.
Lo que más me gustó, mira por donde, fue Clark Kent (bueno, la pobre Valerie Perrine resultó más atractiva, pero no nos despistemos) interpretado por un desconocido Christopher Reeve que supo dar entidad y carácter zumbón al personaje mortal que oculta al superhéroe, esa segunda identidad que le permite llevar una vida normal más cercana a la rutina humana que a la rutilante aventura, además de servirle de perfecto disfraz.
Ese Clark Kent me sigue encantando porque está provisto de un fuerte componente auto-paródico ya que la ineptitud física de la que hace gala constantemente con tropezones y caídas a cual más ridícula, esa supuesta debilidad que convierte al alger ego del héroe en un ser pusilánime cuando no cobarde me recuerdan las triquiñuelas clásicas de legendarios héroes como La Pimpinela Escarlata o el mismo Zorro, ambos valerosos justicieros que se valían de una identidad enmascarada para ejercitar su valentía.
La verdad es que no me extraña nada que Martin Campbell, que dirigió dos lamentables refritos del Zorro haya olvidado esa característica importantísima en un héroe cual es la de cuidar su dualidad y no me extraña porque ya hace días que le perdí la confianza a Mr. Campbell. El reciente visionado de su última película, Green Lantern demuestra que el control de los guiones no es el fuerte de Campbell o quizás es que meramente se limita a rodar lo que le ponen por delante tomando su función como asalariado antes que como artista, pero es que ni siquiera se cuida de dirigir al protagonista que parece recreado digitalmente, tan rara se hace su expresión: cuando va disfrazado y con antifaz no se nota tanto, claro, pero es porque se dispone a la lucha, pletórica de colorines verdes fruto del gran ordenador.
Pero sí me extraña que Kenneth Branagh, que de historias sabe bastante, haga una fastuosa dejación de sus reconocidas facultades como director de intérpretes y permita que el fortachón mozalbete que protagoniza Thor se pase toda la película sin apenas cambiar la expresión: o está enfadado, a poco enfadado, o muy enfadado, o con un cabreo que apártate, y, encima, Kenneth se permite el lujo de usar (y tirar) a un tipo como Idris Elba (del que tuvimos noticia aquí) simplemente como estaquirote que vigila un puente intergaláctico: que por allí ande un tal Anthony recogiendo los cupones verdes que se le caen del bolsillo a la Natalie carece de importancia porque aunque esos dos gesticulen (y cobren, claro) por todos, la balanza a la que me estoy refiriendo sigue desequilibrada y la película se resiente: de hecho, el personaje más interesante es el malvado hermano adoptivo que, a lo que se intuye viendo el espot publicitario que sale después de los larguísimos títulos de crédito (parece que sale toda la familia entera) también tendrá continuidad.
Porque esos dos tiparracos, el de la linterna verde y el del martillo pilón, en definitiva héroes de relleno para tebeos minoritarios (ahora es cuando me maldicen: ¡ya! gracias...) que se basan en guiones esperpénticos repletos de falta de lógica y alargados como chiclé, el año que viene los volveremos a tener presentes, junto con el tipo ése del escudo (que me falta en mi colección de despropósitos cinéfilos) bajo la dirección estratégica de un negrazo tuerto, ya verán que bien: para entonces, espero que los guionistas se hayan puesto las pilas y sepan presentar esas historietas de acción desenfrenada con menos citas supuestamente filosóficas (dan no se sabe si arcadas o ganas de reir) y un poquito más de auto-parodia, de humanidad que sepa entretenernos simplemente, porque fácilmente nunca lo será.
Si es muy fácil: sólo tienen que fijarse en cómo Clark parecía débil, timorato y cobarde, y todos, menos los que vivían dentro de la pantalla, sabíamos que era Supermán: ¿lo ven? el truco más viejo, sigue siendo el más efectivo.