Revista Cultura y Ocio
Quinientas páginas hablando de Moratalla y de la infancia del autor. Ése es, reducido a caricatura o amenaza, el asunto de Años fugitivos, la nueva obra de Pascual García (a la derecha lo tienen), editada por Gollarín. Dicho así, con la brutalidad de la sinopsis, muchos lectores se podrían inhibir a la hora de escogerla como lectura; pero errará quien la juzgue un libro intrascendente, destinado a un público reducido, familiar o moratallero. La condición intrínseca de la literatura auténtica es hablar siempre del ser humano, de lo hondo del ser humano, de la médula de sus miedos, esperanzas, nostalgias y alegrías; y ahí radica la grandeza descomunal de este volumen. En el silencio de su despacho, componiendo semana a semana las 127 piezas que integran este mosaico emocional y telúrico, Pascual García acomete la generosa tarea de hablarnos de un tiempo, de un lugar y de unos tipos humanos, que él exonera del olvido gracias a la memoria. No lo hace, desde luego, porque añore el ayer («Nunca es mejor el tiempo pasado, porque ni fuimos más felices ni tuvimos más. La nostalgia es una trampa», p.19) o porque sueñe con su imposible retorno («Aquel tiempo lejano que ya no volverá nunca, por fortuna», p.225), sino porque el recuerdo es una facultad recuperadora y a la vez creativa, donde el niño y el hombre se reconcilian y hermanan. El premio de buscarse es siempre entenderse.Para ello, Pascual García nos deja conocer, y es un regalo maravilloso para los lectores, buena parte de su numismática vital: las largas campañas de trabajo en la vendimia, con el frío invadiendo su cuerpo de niño; la ayuda al padre o al abuelo, en las tareas del campo; el cine como refugio para la fantasía; la reivindicación de la mujer, que se ha deslomado siempre sin exigir nada a cambio y sin enarbolar bandera alguna («Deberíamos convenir en que el feminismo es un asunto burgués, propio de señoras acomodadas, instruidas y alejadas casi siempre de los ambientes rurales», p.39); los lutos ancestrales de aquella infancia moteada de muertes; el frío de Moratalla, como decorado y alma de sus primeros años de vida; su incapacidad para el baile, que no le impide valorarlo en otros; el sabroso aroma del potaje de acelgas que elabora su mujer, el cual obró un prodigio: su hija Elisa Fe, «inapetente desde la cuna, comenzó a comer, tras docenas de intentonas fallidas, con un milagroso apetito el día en que su madre le dio a probar una cucharada de aquel potaje» (p.104); la asunción de ciertos principios elementales de urbanidad, que los tiempos modernos se empeñan en desdibujarnos («Si mis hijos no se portan bien en clase o en la calle, la culpa es mía y de su madre, y somos nosotros los que debemos dar debida cuenta de sus incorrecciones» (p.133); aquel maestro represaliado del que el autor del libro tomó lecciones y que le dejó una honda huella humana y moral; el convencimiento casi filosófico de que la esencia de la literatura acaso sea, paradójicamente, «escribir para no perder el tiempo» (p.244); ese reloj de bolsillo fabricado por uno de sus abuelos y vendido al otro, y que ahora se encuentra en el despacho del escritor (p.314); etc.Fiel a su estilo de siempre, enamorado de la pulcritud semántica y de la música íntima de la frase, Pascual García nos entrega con este libro elegante, duro, tierno, contundente y sobrio, un hermoso prontuario de imágenes donde el tiempo queda fijado merced al formol de la escritura. Sumergiéndose en los recovecos de su memoria y desbrozándolos convenientemente para que los lectores seamos capaces de acompañarlo en ese viaje a la semilla (como hubiera dicho el cubano Alejo Carpentier), el escritor nos descubre una nueva vertiente de su personalidad creadora que quizá debería inquietar, por lo que tiene de competencia, a su esposa, la artista plástica Francisca Fe Montoya: su enorme valor como acuarelista. Y es que, en efecto, cada una de las rememoraciones, viñetas o estampas que componen este libro, tienen mucho de acuarela: carácter evocador, gran poder de sugerencia, suavidad enérgica... Me enorgullece haber leído todos los libros de Pascual García. Soy mucho más rico desde entonces.