De repente abro un libro, leo el primer párrafo, y quedo totalmente rendida a los pies de la historia. Y por más que repaso el párrafo a posteriori, tampoco es que le encuentre nada del otro mundo.
Cuando vuelvo a visitar los rincones de mi vida, las cosas más nimias me asalta. El mantel de hule con cuadros blancos y molinos de viento azules, las manchas descoloridas en nuestros cuatro gastados lugares de la mesa. Ese café acre para papá, tan cargado que casi andaba, y que él bebía a sorbos después de la cena para dormir después, sereno como una esfinge. El fastidio inexcusable del viento que soplaba en Marias Coulee, silbando por una rendija, como si lo hubieran invitado a entrar.
Todavía no lo he terminado y ya sé que se avecina una separación dolorosa…. Todos los libros deberían de ser como este.