Dejo constancia de una de las cosas más graciosas de la novela: el contraste entre el final de una carta y el comienzo de la siguiente…
CARTA XXXI
(…) El universo mismo, el universo en que ya no me verás, no será para ti más que una vasta soledad; por último, me echarás de menos en el momento de tu último suspiro; y yo, en la tumba en la que me sepultas… (ya que no es una mera palabra, una vana expresión; no puedo vivir demasiado tiempo en el espantoso estado en que me encuentro. Charles no me deja ni un instante, mis sirvientas, que me rodean y lloran, todo me dice que mi desgracia va a acabar con mi vida).
Pero yo, en la tumba en la que me sepultas, yo, traicionada, abandonada, perdida, yo, al menos, ¡me llevo tan solo el dolor de haber sido engañada! ¡Adiós!
CARTA XXXII
¡Vuelve a mí, amor mío, ángel mío, mi único tesoro! Vuelve, te lo suplico.