Revista Diario
Un mes antes de tener que incorporarme al trabajo después del nacimiento de mi primer hijo estuve contando los días como si fuera una condena. Me empecé a obsesionar con que cada día que pasaba me acercaba más al fin de mi baja. Cada vez que miraba el calendario me ponía mala. Fue horroroso.Con mi segundo hijo he tenido la suerte de poder estar mucho más tiempo con ella y con el mayor. Y si Dios quiere, aun me quedan unos meses. Hoy he tenido una reunión con gente de mi trabajo y la sombra de aquel mes fatídico ha vuelto a sobrevolar mi conciencia. Tengo ansiedad anticipatoria. No sólo en este caso, sino en muchos momentos de mi vida. Me agobio antes de que algo que yo creo que es malo suceda, y luego no es para tanto. Porque cuando me reincorporé al trabajo después de aquel mes de pesadilla, evidentemente que hechaba de menos a mi niño pero los días fueron pasando y todos nos adaptamos a la nueva rutina. Cuando llegaba a casa a medio día (hice reducción de jornada) las tardes eran agotadoras pero fantásticas. El tiempo ha pasado y ahora me doy cuenta que tiré aquel precioso mes a la basura pensando en que me quedaban pocos días para estar todas las horas con mi hijo. Las que estuve, estuve tan agobiada que no las disfruté. Ahora no quiero que me pase lo mismo, me he dispuesto no pensar más en el trabajo hasta que llegue el día de la reincorporación y entonces Dios dirá. Cuando mi mente viaja a ese dia D hago el esfuerzo de pensar rápidamente en qué voy a hacer de comer o en qué lápiz le voy a dar a mi niña para que haga sus perfectos garabatos. El tiempo se nos escapa de las manos si lo dejamos perder. Quiero exprimir cada minuto que estoy AHORA con mis queridos hijos.