Hace unos años vivimos una experiencia relacionada con la ansiedad en niños pequeños, que os contaba en este post.
De un día para otro, sin que sepamos claramente porqué, Terremoto mayor le tenía terror a comer, sentía que se ahogaba cada vez que intentaba tragar, masticar era un suplicio porque su mente le decía que se iba a ahogar si tragaba. Ella tenía 5 años, y pasamos dos meses en los que no comió nada sólido, se alimentaba de líquidos, leche, zumo, yogur.
Hicieron falta desesperos, paciencia, tiempo y varios otros recursos para superar ese episodio. Conté cómo fuimos dejándolo atrás en este relato. Pasados ya unos cuantos años, lo dábamos por superado, olvidado. Ella siempre recordó ese episodio, pero como algo superado, hacia referencia a ese trauma que había tenido y había logrado superar. Aunque sí le quedó la prudencia al comer, por ejemplo no saltar con comida en la boca o correr y comer a la vez.
Pero el año pasado, pasada una larguísima cuarentena, cuando empezamos a volver a salir, terremoto mayor empezó a comer menos. Hasta que un día nos encontramos con un recuerdo conocido. La comida que se mastica y mastica pero no se traga, y ese silencio que expresa mucho más que unas palabras. El miedo había vuelto. La ansiedad; por el covid, por el encierro, por salir y contagiarse, por este nuevo mundo con mascarilla, por qué se yo, algo había activado ese sensor de nuevo.
Esta vez no fue tan “fácil” llevar el proceso de no comer. Los años han pasado, ella tiene más conciencia, es más mayor, lo que uno pensaría que puede ayudar, pero el no comer era no comer absolutamente nada, apenas agua. Consciente de que no podía dejar de comer, expresaba claramente que no podía. Es terrible escucharla decir: “tengo hambre, tengo sed, sé que tengo que comer, pero siento que tengo la garganta cerrada y me ahogo si como”. Eso, cuando lograba decir algo, porque pasaba la mayor parte del día callada. Ella, que no deja de hablar en todo el día, estaba en silencio.
Imagen de PixabayPor supuesto, tres días y estaba casi deshidratada. Antes que eso sucediera, terminamos en el hospital, donde con todo mi respeto por la profesión, aprendí que es muy dificil ver la situación macro cuando no la conoces al detalle. En el paso por urgencias, ella fue diagnosticada con un reconocimiento de 20 minutos con anorexia y mutismo. Ella, que cuando come, come todo el día. Ella, que cuando está en confianza, habla todo el día.
De ahí, era todo un camino sin vuelta atrás ni alternativas: más exámenes y toma obligada de ansiolíticos a largo plazo, antes incluso de tener los exámenes. Y yo pensaba, si solo tiene 10 años!
Después de hidratarla y comprobar que comía sin problema, el tema se fue relajando. Una conversación con el psiquiatra del centro, que descartó el mutismo de forma rotunda, ayudó a ir eliminando esos diagnósticos iniciales. Pero fue dada de alta con la indicación de tomar ansiolíticos, eso sí, la mediación parecía obligatoria.
Pidiendo segundas opiniones, decidimos que los ansiolíticos podían ser el plan s.o.s, pero queríamos ver los exámenes primero. Tomó flores de bach, y estuvo tensa unos días, pues tenía miedo que le volviera esa sensación y no poder controlarlo.
Pero hubo algo que tuvimos claro. Tenía que volver con sus ejercicios de respiración. Ella hacía conmigo las clases de yoga, pero con la pandemia, eso quedó descartado y se nos olvidó seguirlas en casa. No era tan entretenido siendo tan poquitos… Ante este nuevo episodio, tuve claro que esa era una tarea que debía seguir: enseñarle a respirar, a meditar, a buscar la calma en si misma. De esta manera, los días que pudiera estar más intranquila, más ansiosa, ella misma podría ayudarse a regular, para no llegar de nuevo a episodios así.
El tiempo ha ido pasando, la vuelta al exterior aunque fue temporal, ayudó a relajar los nervios, y cada vez veo más internalizado en ella el buscar esos recursos. Recurrir a la respiración para calmarse cuando tiene un mal día o se angustia por una noticia. Porque la ansiedad, al fin y al cabo, no es tema solo de adultos. Es una tarea a largo plazo, pues estoy segura que el camino es un sube y baja, pero paso a paso vamos recorriendo el camino.
Por eso, una vez más y tras ver la cantidad de casos y consultas que han surgido del post anterior, quiero compartir este episodio, para que quienes pasen por lo mismo sepan que puede pasar de nuevo, pero también recalcar de nuevo la importancia que tiene para los niños el poder conocer estas técnicas de relajación, mindfulness o yoga, para poder buscar la calma en el interior cuando no la encuentran afuera.