-AVISO SPOILERS-
El prólogo de Ant-Man resume la esencia del universo cinemático Marvel. Una envejecida Peggy Carter (Hayley Atwell) salida de la serie Agent Carter (2015) se reúne con Hank Pym -un rejuvenecido Michael Douglas- en la sede de S.H.I.E.L.D., que también cuenta con su propia serie. Les acompaña Howard Stark, padre de Tony Stark (Robert Downey Jr.) interpretado por John Slattery, como en Iron Man 2 (Jon Favreau, 2010) y no por Dominic Cooper como en la ya mencionada Agent Carter o en Capitán América: El primer vengador (Joe Johnston, 2011). La escena es breve, pero acumula un gran número de referencias a la ficción cinematográfica de Marvel de los últimos años. ¿Se puede entender lo que pasa sin haber visto TODO eso? Sí. Pero reconocer a los personajes añade un placer que no debería ser menospreciado. Yo hasta le tengo cariño a Peggy. Pero lo dicho: las referencias frikis no impiden el disfrute de la película.
Por otro lado, Ant-Man es tan Marvel que recupera como temática de fondo el conflicto entre padres e hijos. Es el mismo discurso sobre la responsabilidad de la paternidad que recorre las películas sobre Iron Man desde la primera hasta Iron Man 3 (Shane Black, 2013) y de nuevo en Vengadores: La era de Ultrón (Joss Whedon, 2015). De hecho, el resentimiento de Darren Cross (Corey Stoll) hacia su mentor, Hank Pym, es idéntico, aunque invertido en sus roles, al de Obadiah Stone (Jeff Bridges), tutor de Tony Stark en la seminal Iron Man (Jon Favreau, 2008). Además, el corazón de la película, la motivación -sensiblera- de Scott Lang (Paul Rudd) es recuperar el papel de padre ante su pequeña hija Casey (Abby Rider Forston). Para rizar el rizo, Han Pym no tiene la mejor relación con su hija, Hope Van Dyne (Evangeline Lilly). No por casualidad, ella lleva el apellido de su madre, Janet. Todos estos conflictos, aunque superficiales, consiguen su objetivo: humanizar a los personajes.
Lo mejor de Ant-Man es que no ha tenido miedo de abordar al personaje clásico -creado en 1962 por Stan Lee y Jack Kirby- utilizando sus elementos más estrambóticos -y divertidos- como su relación con las hormigas. Esto lo permiten un tono desenfadado que sería imposible en una película de Batman de Christopher Nolan y una dosis de humor más que suficiente para un film de superhéroes. Me gusta que Ant-Man evite la tentación de caer en la autoparodia.
La historia se apoya en la idea de convertir lo cotidiano en terrorífico gracias a un cambio de la escala humana. Es el mismo mecanismo de la obra maestra El increíble hombre menguante (Jack Arnold, 1957) basada, como ya sabéis, en una novela de Richard Matheson. Es la misma idea que fue infantilizada -para bien- en Cariño, he encogido a los niños (Joe Johnston, 1989). Ese espíritu recorre toda la película dando pie a setpieces verdaderamente atípicas en una película de superhéroes: la amenazante inmensidad de una bañera; la afilada aguja de un tocadiscos; o la escena más atrevida que cambia la escala del épico clímax para mostrarnos un tren de juguete descarrilando sin mayores consecuencias. Lástima que el poder humorístico de esa imagen cumbre se haya (mal)gastado en el trailer. Hay también un oscuro -y delicioso- guiño cinéfilo a otra película sobre reducciones, Doctor Cyclops (Ernest B. Shoedsack, 1940), cuando Croos consigue, por fin, mantener viva a una miniaturizada oveja. Eso sí, esa frontera final que debe cruzar el héroe nos lleva de nuevo al filosófico desenlace de El increíble hombre menguante: ¿Qué ocurre si el protagonista sigue reduciéndose hasta el infinito? La respuesta se parece mucho al lisérgico clímax de otra obra maestra, 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968).