Nubes y claros. Más bien nubarrones. La quimioterapia te deja roto, te desestabiliza como ser humano y te hace sentir cosas muy raras, sensaciones desagradables y difíciles de explicar, como un malestar general extraño y terco. No hay nada que se pueda hacer, notas mareos, náuseas, frío y calor, sueño, cansancio general, dolor de huesos, mal humor… es todo junto y a la vez todo por separado. No quieres ni que te hablen y no hay nada que te sirva de consuelo.
Tienes veneno en el cuerpo pero hay que seguir adelante, qué remedio. Habrá que buscar ánimos y fuerzas de algún sitio para no decaer y seguir manteniendo las ganas de vivir. Es lo menos que puedo hacer por mí mismo. Aunque ya tuve antes un ciclo completo de quimioterapia, creo que este segundo va a ser peor porque me va quedando poca fe en que sirva de algo. De todas formas no quiero pensar esas cosas, no debo. Necesito la versión más fuerte de mí mismo, la más corajuda y seria. No se trata de optimismo sino de valentía. No se trata de creer en algo a ciegas sino de amar la vida.
En mi naturaleza está mantener la energía alta. Aunque se me haga cada día más difícil debo seguir así, debo intentar buscar aquellos rincones en los que me encuentre bien, rincones donde reine la paz y la vitalidad y a partir de ahí construir mi día a día con ilusión y serenidad. Por más que me repita todos los días lo mismo, es necesario que me lo siga repitiendo para no olvidarlo.
“Para el tiempo que me queda en el convento, me meo dentro”. Pues eso, que para el tiempo que me queda de vida tengo que intentar que sea una vida lo más feliz posible, pese a la quimio, pese al tumor y pese a quien pese. Ya veremos los resultados de este tratamiento dentro de un par de meses. Mientras tanto a seguir, a vivir, a llenarme los pulmones de fuerza y el alma de valentía. El corazón está lleno de amor y es el motor que necesito para tirar p`alante. Sabiendo cuáles son mis armas es más fácil saber usarlas. El enemigo es poderoso y terco. Yo simplemente amo la vida.