"No, nada importaba que tú estuvieras en Moscú y yo en Petrogrado cuando el miedo y el dolor y la angustia y la muerte nos igualó a todos. Hasta entonces sabíamos que la miel silvestre huele a libertad; a violetas, los labios de una joven; y a manzanas, el amor. Pero entonces aprendimos para siempre que solo la sangre huele a sangre. Y que la historia puede empuñar la más terrible de las guadañas. En realidad, nuestra generación apenas saboreó la miel:fueron contadas nuestras horas, quedó truncada y rota nuestra obra, y dos guerras crueles abrasaron nuestro breve o largo camino. Fuimos dispersados por la tierra como naipes de una baraja, alejados unos de otros, recluidos en guaridas que se hundían en el subsuelo o desterrados a los más recónditos confines del mundo, [...] Por eso, quienes hemos logrado llegar hasta el final debemos acopiar fuerzas y escribir nuestros recuerdos. Para devolver a la historia a quienes fuisteis devorados por ella.""
He llegado hasta esta novela de Ana Rodríguez Fisher directamente a través de la fantástica reseña que de la misma hizo Lorena Álvarez en su blog El pájaro verde. Como suele ocurrirme cuando la leo, Lorena inyectó en mí el deseo de ir lo antes posible a Antes de que llegue el olvido que, además, se había alzado con el Premio de Novela Café Gijón en 2023. El jurado formado para esa convocatoria por Mercedes Monmany, Marcos Giralt Torrente, Pilar Adón, Antonio Colinas y José María Guelbenzu dice de la novela en el acta de su concesión lo siguiente:
"La novela es una larga carta que Anna Ajmátova escribe a Marina Tsvietáieva, tras conocer el suicidio de ésta, y que nos sitúa en una etapa crucial de la historia de Rusia y de Europa, cuando la despiadada represión estalinista truncó los destinos de ambas escritoras y de otros muchos personajes relevantes de la cultura rusa de aquel tiempo.
El jurado quiere hacer notar que se trata de una apuesta apasionada e intimista que nos acerca a dos mujeres excepcionales."
Además de Lorena me impulsó a hacerme cuanto antes con esta novela el hecho de que la misma transcurriese en la URSS fundamentalmente durante el estalinismo, una época especialmente convulsa para esa unión de Repúblicas. Varias de mis lecturas recientes y no tan recientes se desarrollaban durante esos años de represión, terror, encarcelamiento y exilio voluntario u obligado; me refiero a "Un caballero en Moscú" de Amor Towles, a "Los Zelmenianos" de Moyshe Kulbak, o a "Zuleijá abre los ojos" de Guzel Yájina. También la posterior evolución de la Rusia resultante de la descomposición de la URSS a partir de 1991 ha ocupado parte de mis lecturas como por ejemplo " Operación Kazán" de Vicente Vallés, "El mago del Kremlin" de Giuliano da Empoli, "" de Emmanuelle Carrere, "Piedra, papel, tijera" de Maxim Ósipop o "Las vacas de Stalin" de Sofi Oksanen. Todos estos libros los tengo reseñados en este blog. A lo ya dicho yo añadiría lo mucho que desde siempre me ha gustado la literatura rusa y, cómo no, el actual conflicto bélico entre Rusia y Ucrania que tan preocupada tiene a la población mundial, en especial a la europea.
Todo esto me llevó hasta esta novela de esta autora de origen asturiano, aunque afincada en Galicia, que no conocía. Su manera de escribir me ha sorprendido mucho, para bien. Según la leía me parecía estar oyendo hablar directamente a Anna Ajmátova, y para nada a una española que imitara el ritmo y el tono de la lengua rusa. Quiero con esto señalar la enorme 'verdad' que rezuman las páginas de esta obra. Verdad es que las anécdotas de las vidas de estas dos mujeres sucedieron, pero más importante es, estando como estamos dentro de una creación literaria, lograr que el lector haga suya esta 'verdad', incluso con los añadidos de ficción que, quieras que no, la autora habrá debido de realizar para dar consistencia y redondez a lo que relata.
Estamos ante un libro que rompe los marcos que tradicionalmente imponen los géneros literarios. ¿Es una novela? Sí, claro que sí. ¿Es un ensayo literario? Naturalmente. ¿Es una obra epistolar? Pues sí, por qué no. ¿Una elegía? Sí, desde luego, pues el impulso que mueve a Ajmátova es el del homenaje póstumo a la amiga desaparecida. ¿Podría decirse, pues, que es una obra poética? Efectivamente, en muchas ocasiones la poesía impregna totalmente la prosa de la supuesta carta que Anna está escribiendo, pensando escribir o lo que sea, a Marina Tsvetáyeva; incluso hay momentos en que versos tomados de obras líricas de una u otra poeta se entreveran con la prosa surgida de la pluma de Ana Rodríguez Fisher. Y no sólo de ellas dos sino también de algunos de los muchos poetas amigos que se citan en esas páginas: Ossip Mandelstan, creador del movimiento poético denominado "Taller de los Poetas que fue la cuna del acmeísmo"; Gumiliov, marido de Anna y padre de Lev Gumiliov, hijo de ambos; Max Voloshin "quien fue considerado el modernista francés de la lírica rusa, un poeta visionario, un verdadero mito viviente"; además de otros, antiguos y modernos, reverenciados por ambas amigas poetas: Boris Pasternack, Apollinaire, Cocteau, Pushkin...
La novela tiene un alto grado de colorismo, plasticidad, poeticidad, y no sólo por los muchos poetas que se nombran; también abundan los pintores, pues en los círculos de amistades de Ajmátova y Tsvetáyeva los hubo en gran cantidad. Basta decir que Marina Tsvetáyeva salió de Rusia en 1925, huyendo de los arrestos y deportaciones sufridos por muchos intelectuales, y se instaló en París hasta 1939, momento en que con una Francia amenazada por los nazis decide volver a Rusia con su hijo para además interceder por su marido, Serguei Efron, acusado de espionaje. En esa ciudad, como también hizo Anna Ajmátova en las muchas ocasiones en las que residió en ella, ambas -cada una por separado, pues hasta esas dos tardes de 1941 no se vieron físicamente- estuvieron en contacto con los círculos de pintores, de intelectuales y de literatos que por esos años (1910, 1925, 1930...) pululaban, vagabundeaban y rompían los postulados artísticos creativos. Es especialmente la principal protagonista de esta novela, Anna Ajmátova, quien recuerda esos años de frenesí personal, de activismo cultural, de innovación creativa, de amistades, de amores...:
- "La Rotonde acogía a un variopinto grupo de jóvenes estrafalarios que maquinaban la manera de agenciarse cinco francos o discutían a voz en cuello de pintura y poesía, riñendo y peleando unos con otros, para después enseguida hacer las paces bajo la atenta mirada de su propietario, Libion. Este había comprado aquel pequeño café sin sospechar que acabaría convirtiéndose en el cuartel general de los Apollinaire, Cocteau, Picasso, Gris, Jacob, Léger, y de nuestros Soutine y Chagall, que ya se había llevado allí a su mágico Vitebsk, y a donde también acudían tu querida Natalia Goncharova y Max Voloshin, que siempre recalaba en La Rotonde cuando andaba por París."
- "Entonces Modigliani desplegaba un paraguas negro, enorme y viejo: un paraguas de aldeano. Il pleure dans ma coeur comme il pleut dans la ville, il pleut doucement..., musitaba porque caía una lluvia tibia, casi estival, que dejaba París envuelto en un polvillo dorado. Allí, apretujados bajo el paraguas y sentados en un frío banco de piedra del jardín de Luxemburgo, porque no teníamos dinero para pagar una de las sillas de alquiler, recitábamos a Verlaine, Rimbaud, Mallarmé o Baudelaire. Hasta que moría la tarde en crepúsculos de ópalo, anaranjados."
Modigliani, con quien la Ajmatova mantuvo una relación, -le dice ella a Marina en la supuesta carta que le está escribiendo- continuamente estaba esbozando retratos suyos, quizás "porque en esa época Modi deliraba por el antiguo arte egipcio y yo era para él "su" Nefertiti". Sin embargo el retrato más conocido de la poeta rusa es el que le realizó el pintor Nathan Altman; mientras Anna posaba para él, el poeta Ossip Mandelstam asistía a esas sesiones como espectador. Mandelstam también fue amigo intimo de Marina. Este hecho no es más que una de las muchas coincidencias que existieron entre ambas mujeres y que a Ana Rodríguez Fisher le sirven para ir en su novela de la una a la otra, moviéndose hacia adelante y hacia atrás en el tiempo de manera rítmica, delicada, poética, encantadora.
Pero lo que se relata en la novela tiene en sí mismo poco de encantador, desde luego. Asistimos a muertes, suicidios, arrestos, deportaciones, exilios obligados, confinamientos en Siberia. Comienza con el suicidio de Marina Tsvetáyeva y prosigue con el absurdo terror promovido por los soviéticos especialmente durante el estalinismo. Es terrible ver cómo la burocracia soviética fue eliminando o acallando a lo más granado de la cultura rusa en todos los ámbitos: Maiakovski, Boris Pasternak, Eisenstein, Bulgakov... También terrible porque toda Europa se convierte en un hervidero de muerte y destrucción que surge, paradójicamente, de la nación más apreciada por las dos amigas y más fuerte intelectualmente ("¿Qué sentías al ver tu querida Alemania convertida en un país enemigo, al ver cómo la cuna de los poetas, de los músicos y de los filósofos era vilipendiada por todos; al ver a algunos de nuestros espíritus más selectos convertidos en vulgares patanes y ardorosos patriotas?"). Esta paradoja, la del máximo refinamiento artístico unido a la máxima crueldad e inhumanidad sigue ocupando las mentes de analistas y estudiosos del comportamiento humano sin encontrar aún explicación satisfactoria.
Una novela sobre la vida de dos mujeres escrita por una mujer tiene por fuerza muchas líneas de conexión con el papel de la mujer en el mundo, con su condición en un mundo regido esencialmente por hombres. Marina Tsvetáyeva había criticado con dureza unos poemas de Anna y ésta se había sentido dolida por ello. Como justificación en el memorial elegíaco novelado que está escribiendo le dice: "lamento la primera imagen que te forjaste de mí: Anna Ajmátova, la musa del llanto. Pero tú bien sabes que cuando una mujer escribe, lo hace para todas las que han callado miles de años, siguen callando aún, y callarán por siempre jamás". Esto es feminismo en estado puro, sin duda.
Las dos poetas rusas protagonistas son mujeres avanzadas, libres, libérrimas en ocasiones, que saben moverse en un mundo que normalmente marginaba a las de su sexo. Estas intelectuales me han hecho recordar a las Sinsombrero españolas (Ernestina de Champourcín, María Teresa León, Concha Méndez, Maruja Mallo, María Zambrano, Rosa Chacel,y otras) que por esos mismos años también están participando en el mundo intelectual de nuestro país. Son mujeres todas ellas que supieron estar a la altura de las circunstancias -¡muy duras circunstancias!- y que por ello, sólo por el hecho de ser mujeres, en muchas ocasiones sufrieron más vejaciones que sus compañeros varones.
Para finalizar esta reseña sólo me queda por hacer una pequeña referencia al título del libro. Leo en el comentario que Lorena hace en su blog que la autora presentó la novela al concurso literario con el de " Ljuv", palabra rusa que significa 'Amor'. Al contrario que en un principio Lorena yo soy más partidario del que finalmente la editorial o la autora misma eligió, " Antes de que llegue el olvido ". Dentro del desarrollo de la trama aparece como una mera recomendación que a Anna Ajmatova le hace el poeta Joseph Brodsky; para mí es un mensaje de vida que todos debemos de tener muy presente: conviene hablar, decir, ver, o lo que sea, antes de que sea demasiado tarde, antes de que llegue el olvido y por no haberlo dicho, visto o hablado quede como si no hubiese existido:
"Le consulté a Joseph Brodsky lo que me obsesionaba desde hacía tiempo, y le leí uno de los "Bocetos de Komarovo", el que va dedicado a ti. Y también otro poema más antiguo, escrito después de nuestro encuentro. Además, le recité los que tú me habías enviado. La respuesta del joven me dejó algo aturdida, y un tanto preocupada, pues dijo que debería haber compuesto mi elegía a Marina mucho antes, porque es importante decirlo todo cuando el otro aún no ha acabado de marchar, antes de que llegue el olvido. Es lo que tú misma habías hecho con Rainer Maria Rilke."
Antes de que llegue el olvido es sin duda alguna de lo mejor y más diferente que haya leído este año. Ana Rodríguez Fisher presenta de manera impecable una relación de amistad entre dos poetas rusas que en persona sólo se vieron dos tardes de 1941. Al conocer Anna Ajmatova que Marina Tsvetáyeva había muerto solo dos o tres meses después de su único encuentro decide escribirle una carta en la que rememora su propia vida, también la de Marina, y a través de cada una de ellas la de Rusia desde 1905 hasta 1962 momento en que la Ajmatova decide a instancia del joven poeta Joseph Brodsky hacer este repaso memorístico que homenajea no sólo a la amiga sino a todos aquellos compañeros artistas (escritores y pintores) que vivieron en su entorno y que como ellas sufrieron las alegrías de la Revolución primera y las angustias y terrores de la represión, en especial durante el estalinismo. Y todo esto nos lo cuenta esta novelista española que consigue imbuirse del estilo y tono propios de la literatura rusa de esas primeras décadas del siglo XX. Novela muy recomendable.
- "Del amor entre hombre y mujer, nacen los hijos. Del calor que irradia la amistad, del coloquio y las confidencias compartidas a lo largo de una vida, nacen las obras: hijos espirituales." A propósito de la amistad de Anna con Boris Pasternak.
- "No me gusta hablar de la infancia porque es demasiado fácil hacerlo. Mas, a la vez, reconozco que puede resultar muy difícil describir esos años. Es fácil porque la infancia es estática: es el lugar donde todo se quedó así y ahí. Cuando adquirimos conciencia, vemos que nos rodea un mundo acabado e inmóvil, y lo más natural es creer que antes de nosotros todo era igual. De esa ingenua creencia nacen los relatos felices, que a menudo resultan empalagosos. Y, sin embargo, también puede ocurrir que desconfiemos de toda esa felicidad porque en parte nos aburre. En tales ocasiones, es natural darse a imaginar que ese mundo había sido distinto, que antes no era así. Es entonces cuando algunos aprovechan para urdir relatos oscuros, llenos de desdichas y tormentos, que tampoco nos convencen." Reflexión literaria de lo más interesante, más bien metaliteraria, que realiza la protagonista cuando disponiéndose a realizar el escrito que tiene en su cabeza duda sobre cómo enfocarlo.