Hay profesiones que demandan una especial sangre fría por parte de quienes las ejercen. Pocas se me ocurren más exigentes que la de neurocirujano. A los profundos conocimientos médicos deben unirse una capacidad artesana poco común. Porque, después de todo, una operación no es más que la recomposición, por medio de una serie de sofisticadas herramientas, de un organismo enfermo. El profesional sabe que todos los días la gente pone su vida en sus manos, que un error de cálculo de unos pocos milímetros puede ser fatal. Por eso me imagino que habrán desarrollado alguna técnica especial para dejar los problemas en la puerta del quirófano.
A pesar de su prestigiosa profesión, de su supuesta frialdad, al menos en horas de trabajo, hay algo extraño en la mirada de Paul (Daniel Auteuil), que enseguida detecta el espectador. Paul pertenece a la alta burguesía profesional y se ha rodeado de todos sus atributos: una casa espléndida, exquisita cortesía y una bella esposa. Pero detrás de esa fachada parece habitar la nada más absoluta. Su relación con su mujer es poco menos que gélida. Cenan juntos, se sientan a leer en el salón, pero es como si su hogar estuviera habitado por fantasmas. Lo que en cualquier otro matrimonio derivaría en gritos y peleas, en este se transforma en un eterno compás de espera. Quizá algo nuevo suceda, o quizá todo permanezca inmutable. Lo cierto es que a Paul le surge la oportunidad de añadir algo de emoción a su anodina existencia cuando conoce casualmente a Lou, una joven que asegura que fue operada por él en su infancia. Lo que podría haber sido un encuentro insignificante y pronto olvidado, se convierte en algo muy extraño: empiezan a llegar ramos de flores al domicilio y a la oficina de Paul y éste tiene nuevos encuentros con la muchacha, nada casuales.
En este punto uno espera de Claudel derive su propuesta hacia el cine de intriga, o que se ponga siniestro y desagradable al estilo de Haneke. Pero el director prefiere seguir explorando a Paul, el espécimen al que ha decidido diseccionar. Y entonces es cuando nos damos de bruces con su pasado. Lou no es más que un instrumento para que conozcamos mejor al protagonista, lo verdaderamente interesante es la luz que se arroja sobre las verdaderas circunstancias en las que basa su existencia. Lo malo es que Claudel nos lo muestra con tal desapasionamiento, que el espectador acaba desconcertado acerca de sus verdaderas intenciones. Antes del frío invierno es un film de planteamiento interesante y arriesgado, pero fallido, dotado de buen estilo visual e impecables actuaciones, pero sin alma.