Ayer más de una y más de uno nos
quedábamos con la boca abierta tras visionar y escuchar un pequeño fragmento de la homilía de un cura en una parroquia andaluza durante la celebración de la primera comunión de un grupo de niños. Para los pocos que no la hayan escuchado,
esto es lo que dijo el párroco de Canena: “a lo mejor un hombre se emborrachaba
y llegaba a su casa y le pegaba a la mujer, pero no la mataba como hoy. Hoy es
que la mata. O él a ella o ella a él. ¿Por qué? Porque antes había unos
principios cristianos y antes había unos valores. Y antes se vivía los
mandamientos y una persona tenía una formación cristiana, y aunque se
emborrachara, sabía que había un quinto mandamiento que decía no matarás”. No
voy a meterme con la Iglesia,
bastante tiene los buenos católicos con compartir casa con sacerdotes que
expresan semejantes opiniones y con el Obispo de Alcalá de Henares, allá ellos
si no se manifiestan delante la conferencia episcopal para exigir respuestas
contundentes y un cambio de rumbo.
Esta noticia me lleva a preguntarme
¿Cuántas personas quedan en nuestra sociedad con este tipo de ideas? ¿Cuántas de
nuestras ideas son el cultivo para que la desigualdad, el machismo y la
violencia machista sigan hoy vivos? Pocas horas después de las “declaraciones”
del sacerdote la Ministra
de Sanidad, Asuntos Sociales e Igualdad sentenciaba, según Europa Press, que “Mientras haya una muerte por violencia de género no habremos acabado nuestra lucha”. No
se si son unas declaraciones fuera de contexto o si yo estoy buscando tres pies
al gato, pero ¿nuestra lucha es solamente contra las muertes por violencia de
genero o contra cualquier tipo de violencia y contra la desigualdad (que es una
forma más de violencia)? ¿Nuestra lucha acabará cuando no haya más muertes? La
desigualdad y todos los estereotipos machistas que le acompañan son la
principal causa de la violencia de género y por supuesto este tipo de violencia
es mucho más que el asesinato o las agresiones físicas.
Leo un artículo de El País de
hace un año que dice que “tras años de avances en igualdad, los expertos
alertan de que falla la educación y de que sigue dominando una visión romántica
del amor en la que las chicas lo aguantan todo, seducidas por una figura
dominante y protectora”. Y yo me pregunto, ¿hemos avanzado tanto en igualdad? Y
me respondo que sí, que desde los tiempos
donde los hombres se emborrachaban y pegaban a sus mujeres pero no las mataban
hemos avanzado mucho. Pero aun quedan muchos valores ocultos, muchas ideas que
parecen superadas y que no lo están y que afloran cuando alguien quiere
defender públicamente mensajes políticamente correctos pero que chocan con esas creencias escondidas.
Y me río cuando un amigo me dice
que para qué eran necesarios los centros de la mujer que hemos cerrado, me
sorprendo cuando alguien defiende que la desigualdad ya no existe o qué solo se
da en círculos marginales, que la violencia hacia la mujer son casos aislados, me
enfado cuando oigo que ahora son las mujeres las que tienen el poder y los
hombres somos pobres victimas en sus manos (y eso no implica que siempre los
hombres sean los malos y las mujeres las buenas). Y lo hago porque veo muchas relaciones que están basadas en la
dependencia, en hombres fuertes que protegen a mujeres débiles, en falsas ideas
de un falso amor romántico que no es verdadero amor, que no está basado en la
libertad, sino en la posesión del otro. Y lo hago porque una cosa es lo que se
dice públicamente (o se intenta decir) y otra es lo que se piensa.