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“Dios hace las cosas antes, más y mejor”. Ya se lo habían dicho hace unos años atrás y lo recordaba como si fuese ayer. Lo único que faltaba era creérselo, verlo reflejado en su día a día. Y era cierto, Dios siempre actúa antes, prevé las cosas y no las deja sin su amparo y el de la Virgen. Dios tiene una visión más amplia, otra perspectiva y por tanto llega a lo profundo de cada uno. Dios hace las cosas mejor que nosotros mismos; es el Amor, la Fe y la Esperanza, no se equivoca y nos da lo mejor.
Que Dios haga las cosas antes, más y mejor y que uno lo reconozca es un paso importante y requiere de cierta dosis de humildad. ¿Cómo si no iba a darse cuenta de esos detalles si miraba por el propio éxito en sus acciones para con las personas? Y de eso iba la cosa. Queriendo hacerse cargo del bienestar de ciertas personas perdió de vista el biplaza. Sí, en esta vida todos vamos en un biplaza. Dios y tú. Eso también se lo habían dicho años atrás y qué olvidado lo tenía en muchas ocasiones. Y poco a poco se iba dando cuenta de esos detalles que no escapan al Amor de Dios. Antes de finalizar el año ocurrieron unos cuantos.
El primero de ellos tenía como protagonista la Medalla de la Milagrosa. Por historias que no vienen a cuento quería hacer entrega de esa medalla a una amiga. Un mes antes había tenido ocasión de coger de una cesta tantas Medallas como se le antojasen pero en ese momento le vinieron a la mente el nombre de dos personas y por tanto, cogió sólo dos. Entre esos nombres no se encontraba el de su nueva amiga. Cuando la conoció, un mes después, se arrepintió de no haber cogido una medalla más para ella (¿por qué dos y no tres como se suele hacer?). Semanas más tarde, en un Retiro que realizaron juntas, una monja les hizo entrega de una de esas medallas. ¿Ves? Se decía. Todo estaba previsto, todo tenía su tiempo, todo estaba cuidado por Dios. Y así fue mejor, pues por medio de la oración de uno y la acción de Dios se consigue lo que uno quiere y desea para otros. Nosotros sólo debemos rezar y en último lugar, actuar. Así se es humilde y se crece en humildad.
Lección dos. El protagonista ahora es su amigo de la calle, un gorrilla (no le gusta emplear esta palabra pues él no es uno de esos pero tiene que ganarse así la vida de momento). Era el día de Nochebuena y una semana antes hablaban de los planes para esa noche, dónde la iban a celebrar y con quién. Temía que al final la pasara solo en la calle o en el albergue donde se hospedaba. Ese mismo día iba a empezar su conversación diaria con una propuesta-invitación para él: ir a casa de unas monjas con otras familias necesitadas que acogían esa noche; pero él empezó a hablar. “¡Voy a cenar con mi hijo y mi mujer!”, la sonrisa era tal que ya no hacía falta decir nada más salvo contestar con la misma sonrisa. ¿Ves? Volvió a decirse. Las preocupaciones por los demás si no se acompañan de oración y abandono en Dios no tienen nada de preocupación. Jesús llevó la Cruz por nosotros, esa Cruz es toda preocupación y lucha que tengamos en la vida. Así se practica la humildad, así se deja hacer a Dios, asi se hace Su voluntad y no la nuestra.
Tercera lección. La protagonista es una reciente amiga que iba a celebrar la Navidad en compañía de nadie. Durante los días previos había pensado en invitarla a su casa e incluso ir a la suya o hacer algo juntas. El hecho de pensar en una persona conocida pasando ese día sin otra compañía que la de las cuatro paredes de su habitación la dejó preocupada. ¡Cuánta gente iba a vivir eso en esa noche! Los días pasaron y, por la mañana de ese 25 de diciembre, justo cuando iba a interesarse por ella por medio de un mensaje, le salta el sonido del WhatsApp. Era ella comentándole que iba a cenar con una amiga y con su hermana pues al final se puso orden en un asunto y podría tener un plan navideño. No sólo no iba a pasar la Navidad sola sino que la iba a disfrutar con una amiga y con un familiar. ¿Ves? No hacía más que interrogarse. Dios no abandona nunca a nadie, donde uno no puede hacerse cargo de todo Él siempre arregla las cosas para que todos puedan disfrutar de un mismo evento.
La lección número cuatro ocurrió en el día de Reyes. La protagonista fue una persona que conoció en un coro y resultó ser vecina de su barrio. Conocía poco la historia familiar de ésta pero lo suficiente como para estar pendiente de ella, hasta el punto de querer pasarse por su casa en ese día y estar con ella además de llevarle un detalle como regalo de Reyes. Continuó su día en casa, abrió los regalos y salió a la calle para ir a Misa. A la vuelta se encontró con esa persona. Iba acompañada de una señora mayor. Era su madre. ¡Su regalo de Reyes! Se quedaría con ella por tiempo indefinido después de meses (no sabía si años) sin estar con ella. ¿Ves? Se dijo de nuevo. Los mayores regalos los concede Dios, Él no se deja ganar en generosidad. Eso también lo había escuchado años atrás. Bien es cierto que nos pide que estemos preparados para socorrer, para arrimar el hombro, para dar esa compañía. Pero si todo eso no está bañado de la humildad de nada sirve por mucha obra de caridad que parezca.
Y así es cómo uno va aprendiendo la lección. Así es cómo yo he aprendido después de pasar por cuatro. No quieras ser el salvavidas de nadie, sé quien se lo acerque. Dios es el salvavidas, tú sólo eres el que lo acercarás a las personas y ellas decidirán si ponérselo o no; mientras tanto alguien tiene que sujetarlo y hacerlo presente.
¡Dios mío, Dios mío! Todos igualmente queridos, por Ti, en Ti y Contigo: y, ahora, todos dispersos”, te quejabas, al verte de nuevo solo y sin medios humanos. Pero inmediatamente el Señor puso en tu alma la seguridad de que Él lo resolvería. Y le dijiste: ¡Tú lo arreglarás! Efectivamente, el Señor dispuso todo antes, más y mejor de lo que tú esperabas”. (Forja p.284)