Todo lo que nace, pasado un tiempo, se suspende en el aire buscando nuevas rutas. Y sólo un suspiro, una brisa suave, un soplido (ffffffffh…) puede cambiar el rumbo…
Cuánto te he observado…
Me gustaba tu forma de reírte del mundo y, a tu aire, recolocarlo a tus pies. Me gustaba cómo te soltabas el pelo mirándome de reojo. Me gustaban tus pies fríos buscando los míos bajo la colcha.
Me gustaban las guerras del almohadas, las guerras de paz y las guerras sin bombas que anunciaban un nuevo fin de semana.
Me gustaba desgranar contigo los días y engordar las horas. Me gustaba perderme,… mis dedos en tu pelo. Me gustaba cómo brillaban tus ojos después de reventar el llanto…
Me gustaban tus grititos cuando algo salía bien. Tu frente arrugada cuando sucedía lo contrario. Me gustaba gustarte, que me quisieras y me lo dijeras con las pupilas abiertas en canal.
Me gustaba arremolinarme en tu ombligo (recuerdo que me gustaba mucho). Me gustaba acariciarte las mejillas mientras preparaba la comida. Y tomar el sol en pleno invierno en la terraza.
Me gustaban los mensajes de madrugada y las madrugadas sin mensaje. Sólo tu voz… Me gustaba particularmente el modo en que caminabas cuando no ibas a ninguna parte.
Me gustaba la serenidad con que apartabas el desprecio. A veces, hasta tu egoísmo me gustaba. Me gustaba la magia que aún desprendes. Y los lotes de oro en forma de besos en mi espalda.
Me gustaba soñar contigo despierta. Me gustaba despertarte para desayunar. Me gustaba desayunarte cada mañana. Me gustaban las mañanas cuando no estabas en casa porque era un regalo echarte de más…
Me gustaban las ideas absurdas cualquier tarde. Me gustaba tu colección de gorros de lana. Me gustaba cogértelos prestados, tenerte algo más cerca hasta volver a casa…
Me gustaban las leyendas de pasión en casa. Me gustabas cuando no decías nada, rumiando un soliloquio. Me gustaba ese punto de locura que a ratos te salvaba.
Tu bondad, tu riqueza, tu “pellizco” me gustaba. Llegué a amar hasta tu melancolía, la que un día se coló entre las grietas del muro que habías fabricado solo. Sin consulta. A tu antojo.
No me gustó cuando me dejaste fuera de todo lo que me gustaba.
Si estás suspendido en el aire, dispuesto a lanzar ese siguiente suspiro, ese soplido sordo, piensa antes un deseo. Lo que de verdad importa. Lo que te llevarás a viejo. Aquello que te dije siempre…
Porque tú antes molabas… Y supongo que yo, también.