Hay situaciones verdaderamente curiosas. Yo solía seguir, hace unos años, la serie de televisión «Policías»; allí me fijé en una actriz que interpretaba, de manera eventual, a una psiquiatra que trataba a uno de los protagonistas. No recordaba haberla visto antes, y su nombre era Blanca Oteyza. Poco tiempo después apareció una mañana en la redacción de ABC junto al que entonces era el director adjunto del periódico, que me la presentó; venía con un proyecto teatral bajo el brazo para ver cómo podía apoyarlo el periódico. El proyecto, claro, era «Hoy, "El diario de Adán y Eva", de Mark Twain», la obra que, lo supe después, había representado durante varios años en Argentina con su marido, Miguel Ángel Solá.
Han pasado los años y Blanca y yo somos ahora buenos amigos. Con ella y con Solá he compartido entrevistas, ensayos, lecturas, comidas, cenas... Vi varias veces el «Diario» -una de las más conmovedoras funciones de la escena española en los últimos años-, y estuve en el estreno en Avilés de «Por el placer de volver a verla», todo un regalo para la actriz.
Ahora Blanca interpreta junto a Sergio Otegui -magníficos los dos-, y con el cartel de «No hay billetes» colgado un día sí y otro también, lo que ha hecho prorrogar su estancia en el teatro Fernán-Gómez hasta el 22 de abril, una obra de Lot Vekemans:«Antes te gustaba la lluvia». Cuenta la historia de una mujer «muerta en vida» según las palabras de la propia Blanca, que perdió a su hijo años atrás, y que se reúne ahora en el cementerio donde está enterrado con su ex marido, del que no no ha sabido prácticamente nada en doce años. Dirigida por Miguel Ángel Solá, la función transita fundamentalmente por el terreno de la amargura, en la que está instalado el personaje de Blanca desde la muerte de su niño. Los reproches se entrelazan con los recuerdos, el dolor y el amor se mezclan en la paleta de los colores casi siempre grises de la función, conmovedora, agridulce y triste...
Pero «Antes te gustaba la lluvia» (título mucho más poético que el original, «Tóxico») es también una función esperanzada, en la que se ilumina el túnel en el que están sumidos los protagonistas -sobre todo ella, porque él ha encontrado ya el modo de mantener anestesiado su dolor-. Miraba a Blanca durante la función, presentada en la sala pequeña del Fernán-Gómez, donde la cercanía del público impide los trucos y alienta la verdad de los intérpretes, y crecía mi admiración por ella, por su fortaleza y su brío, su coraje, su valentía, y por seguir convirtiendo el teatro en un torrente de emociones y sensaciones que nacen del corazón. Gracias, Blanca.