Antesala al patíbulo
El plañidero desorden de la sala, los biombos que me separan del resto de los enfermos, las tosecitas calladas casi como disculpándose por tomarse el atrevido permiso a sonar, los quejidos lejanos a veces y otras tan cercanos, que por momentos parecen brotar de mí.
Es el mundo que me rodea después de un largo sueño que no sé cuánto ha durado, los ronquidos, los pedos, los bostezos, los gemidos, los rezongos silenciosos de los cuidadores. Esa es la música de fondo a mi soledad, la más grande que jamás haya podido experimentar, ni aún en el solitario de la cárcel me sentí tan sólo.
Sé de pronto que las respuestas ya no vendrán, ni las palabras de aliento, ni los abrazos, ni aún los que fueron pagados, ya no vendrán… ya no vendrán.
Toda una vida de qué, para qué, tan desgraciada, con tantas malas decisiones que se fueron atropellando en mis puertas unas tras otras. Ahora en mi mente esa ilusa espera, esa adormilada esperanza que descansaba al costado de mi cabeza, recostada en mi almohada a pocos centímetros de mi soledad más absoluta.
Cuando se acercan pasos, o sonidos de voces. Yo intento abrir los ojos. Y ver un rostro conocido y los llamo uno a uno. A los más cercanos primero y después a los cuasi enemigos, aún esos serían valiosos, aún con sus ojos y sus bocas llenas de reproches serían mejor que este tic tac zumbando en mi cabeza, que esta espada de Damocles ciñéndose sobre mi lecho de muerte. Y las lágrimas las siento calientes, las imagino saladas. No lo sé y si….es mi lecho hacia la vida en realidad. Muchas veces pensé si a esto que estaba viviendo lo podía llamar vida. O era en realidad una anti vida y yo me engañaba cada día diciéndome que eso quería. A quién engañé…