Revista Cultura y Ocio

Anti Sorman

Por Revistaletralibre
Anti Sorman Anti Sorman

Por Antonio Costa Gómez

Nos vende las glorias de la IA. Una máquina sorda que maneja millones de datos y aplica reglas rígidas sobre ellos. Y con ese artilugio van a sustituir a las personas. Millones de personas van a quedarse sin trabajo. Y les dan otros trabajos, dicen. Otros trabajos alienantes y deshumanizados. Como cuando en una película de David Linch les rompen las piernas a balazos a unos tipos y uno dice: “No te preocupes, ahora hacen unas prótesis muy buenas”. Todo lo arreglan con prótesis.

La IA tendrá millones de datos y de reglas rutinarias sobre ellos, pero no tiene ni un átomo de atmósfera. De vida. De verdadera inteligencia. Porque si la inteligencia no es algo vivo no es verdadera inteligencia. Solo es rutina.

Y como dice la escritora Elvira Navarro, tan lúcida y tan buena escritora, quieren que seamos como las máquinas. Dóciles y rutinarios. Y aumentando la velocidad y la cantidad. Y sin hacer preguntas, y sin tener deseos. Para que alguien se enriquezca en alguna parte.

Y hace eso la humanidad: se explota y se destruye a sí misma. Se elimina a sí misma. Como si se tratara de aquella secta que se suicidó en masa en Brasil. También ahora la gente se suicida llena de entusiasmo por lo nuevo. Para que alguien se enriquezca en alguna parte. Para hacer un mundo más sordo y más pobre. Sin matices, sin espontaneidad, sin vida. Un mundo de máscaras rígidas en lugar de rostros. De escayola en lugar de piel.

Y viene el tipo ese, el gran sabio, y nos dice: “La resistencia a los cambios está en nuestros genes”. Pues mire usted: según qué cambios. Si el cambio es que me quiten las piernas claro que me resisto. Si el cambio es que me eliminen para poner una máquina claro que me resisto. Si el cambio es que algo ahora es gratis y después sí paga claro que me resisto. Si el cambio es que viene un puritanismo cada vez más atroz y una cursilería despiadada, claro que me resisto. Si el cambio es que me atendía una persona y ahora me atiende un programa con voz metálica, claro que me resisto. Si el cambio es que ahora tengo que ver para todas las cosas y por todas partes el careto de una máquina fría, claro que me resisto.

Si el cambio es que había abedules y ahora construcciones de amianto programadas férreamente, claro que me resisto. Y si me cambian a mi tía por un androide que aplica reglas y datos de manera sorda, claro que me resisto.

Y si nos quieren hacer a todos dóciles y rutinarios como máquinas, claro que me resisto. Y si me roban el anochecer, claro que resisto.

Yo no voy a decir sí a todo como un pasmón. No voy a tragar todo lo que me metan en la boca sin decir nada. Por decir que es un cambio y que hay que aceptar todos los cambios. Y que el presente es obligatorio y que no hay nada mejor que esto.

Pero el tipo pone cara de sabio universitario en las fotos y pose de gran lumbrera. Es un sabio, vean, un técnico arrogante de esos, un ingeniero o algo así. Alguien que usa las matemáticas heladas y abstractas y lo reduce todo a ecuaciones. Y eso sí que apabulla, vean ustedes.

Los maestros zen y algunos sabios budistas del Tibet hablaban de la sabiduría de los idiotas. Nicolás de Cusa, un filósofo del siglo XV, hablaba de la “docta ignorancia”. También ahora podríamos hablar de la idiotez de los sabios. Y la ignorancia de los doctos. Ya Nietzsche dijo algo de eso: los académicos reducen todo a polvo de datos. Y Eliote dijo: la sabiduría se degrada en erudición. Y la Biblia dijo cosas parecidas.

Los sabios académicos hacen un sistema en su despacho y sustituyen el mundo vivo y paradójico e inagotable por ese sistema. La realidad por la caricatura, la piel por la escayola. Y nos parece muy sesudo y muy sabio sustituir la infinitud de la vida por ese juguete de despacho. Qué cara de sabios ponen, que sabios les parecen a la gente. Lo serio es inventar sistemas como juguetes perfectos, no conectar con la vida que sorprende a cada instante, como decía Bergson.

Y ese tipo tan sabio nos vende el cambio de sustituir lo rico por lo pobre, la vida creadora por una fórmula fija. Eliminar a las personas por una máquina que maneja millones de datos y les aplica unas reglas fijas y por eso no se entera de nada. Porque la vida no es cuestión de datos y reglas fijas. La vida es atmósfera, creación, espíritu. Y misterio, sí, misterio, porque misterio supone que no reduces todo a una explicación, que no controlas la vida y la empobreces con una explicación.

Ya dijo Rilke: “Tú no debes comprender el mundo, como una fiesta será entonces”. Y también dijo: después de milenios de filosofía, ciencia, investigación, todavía no nos hemos enterado de nada. Porque no hemos tocado la vida con los dedos, con la vista. No hemos aplicado lo que hay que aplicar. Pero para ese tipo tan sabio y tan académico ya lo sabemos todo. Y ya lo sabe todo una máquina. Que pobre es ese todo.

Y ahora el ínclito Sorman dice que endiosamos la naturaleza y somos neopaganos porque la defendemos. Porque no queremos que la destruyan del todo. Porque eso es destruirnos a nosotros mismos.

Entonces si digo que no llenen de mierda mi habitación estoy endiosando mi habitación. Pues mire usted: no quiero que la adoren, pero sí que la respeten. No es una diosa, pero es mi habitación. No es un campo de petróleo para ustedes, no es un yacimiento de materia prima, es mi habitación. Y no la ensucien con sus manos sucias, coño.

Pero qué sabio es el sabio Sorman. Con sus simplismos, con sus simplezas. Si rechazas un cambio es que rechazas todos los cambios. Si no quieres que manchen tu habitación y se caguen en tus sábanas es que endiosas tu habitación. El simplismo es terrible. Y prolifera de una forma espantosa.

Ya lo dije una vez: el simplismo es un crimen. Es el peor de los crímenes tal vez. Porque hace que eliminen a razas enteras, que sectores enteros de la vida no existan, que se dejen de ver infinidad de cosas. El simplismo nos mata y nos encierra. Es un crimen contra la humanidad y contra el planeta. Y contra todo.

Aunque el simplismo lo defienda el gran sabio académico con cara de sabio académico. Y publique sesudas simplezas en un gran periódico.

También un dirigente de otro gran periódico publicó una vez que quienes se oponen a la IA se parecen a aquellos que no querían el tren en el Lejano Oeste. Para estos tipos todo es igual en todos los lugares y en todas las épocas. Es el prurito de reducirlo todo a una fórmula.

Para ellos es lo mismo subir la estufa tres grados que trescientos grados, todo es subir. Da igual. Y la fórmula funciona siempre por sí misma, da igual cuales sean las circunstancias. La fórmula no sabe de tiempos ni espacios.

Y como el planeta puede aguantar sin fin vamos a explotarlo sin fin. Y como nosotros lo aguantamos todo vamos a putearnos sin fin. Todo es lo mismo, como las ruedas que se siguen moviendo solas en el aire. Así es la gente que se fija solo en conceptos y no en la vida. Así es la gente que cree en la Razón Absoluta como Hegel y en que “todo lo real es racional”, y no le importan las angustias concretas de Kierkegaard. Que a pesar de todo no está contento, aunque Todo es razonable, por qué será. También ahora algunos sienten nostalgia a pesar de que el Presente Obligatorio es el Paraíso Obligatorio, por qué será. Pero claro, ya se sabe, la nostalgia es terrorismo. Descontentos terroristas que nos inquietan y nos sacan de la comodidad de la esclavitud. Quieren que todos seamos máquinas plácidas y no cuestionemos nada.

Adoren ustedes al señor Sorman, tiene una cara tan sabia. Una cara tan ilustre de sabio académico ilustre. Y defiende el simplismo como sabiduría suprema. Y defiende todo cambio, aunque el cambio sea pasar de la libertad a la esclavitud. Y defiende que si no quieres mierda en tu habitación es que endiosas tu habitación.

Así funcionamos.


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