Una de las ciudades que más ganas tenía de visitar en Guatemala era la ciudad de Antigua. Además, para ir al lago Atitlán tenía que pasar por Antigua, a no ser que contratara un transporte privado directo desde el aeropuerto, lo cual sería caro y largo. Muchos viajeros van directos del aeropuerto a Antigua para evitar ciudad de Guatemala, capital del país. Esta ciudad tiene fama de peligrosa y el índice de criminalidad es bastante alto. Yo llegaba de noche al aeropuerto y tuve la oferta de un couchsurfer de ciudad de Guatemala para pasar la noche en su casa. Como me daba miedo meterme allí decidí pasar la noche en el aeropuerto. La mejor opción hubiera sido dormir en un hotel cerca del aeropuerto pero eran caros y no quería empezar mi viaje gastando tanto.
A tan sólo 25 km de la ciudad de Guatemala se encuentra la preciosa ciudad de Antigua, una de las de mayor encanto de todo el país y de Centroamérica. Antigua fue fundada a principios del siglo XVI y destruida en gran parte por un terremoto en 1773. Es conocida por sus edificios coloniales españoles de arquitectura barroca, y cuenta con numerosas iglesias, conventos y la catedral de Santiago. Fue designada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1979. Sus coloridas calles empedradas, sus animados mercados y las vistas de los volcanes que la rodean cautivan a los visitantes. ¿Cómo iba a perderme esto ahora que estaba tan cerca? Estaba agotada y asustada pero pensar en Antigua me animaba a seguir adelante.
Eran las 11 de la noche cuando aterrizamos en el aeropuerto de Guatemala. No tenía ninguna prisa por hacer todo el proceso de pasar por inmigración y recogida de equipajes, pues me quedaba mucha noche por delante, y si podía acortarla un poco, mejor. Cuando ya salí por las puertas de llegada, eché un vistazo a mi alrededor en busca de un lugar para pasar la noche. Lo que vi no era muy alentador. Entré en una cafetería pero me dijeron que en breve iban a cerrar y tenía que ir a la otra que permanecería abierta toda la noche. Al entrar allí fui al baño lo primero. Todavía tenía diarrea pero ya casi se fueron los dolores de tripa. Después me senté en una mesa junto a la pared y miré mi móvil. Eran sólo las 12:30 de la noche y quedaban casi seis horas para el primer shuttle a Antigua. Hice mi reserva online y después me puse a contestar mensajes.
La noche se me hizo larguísima. La cafetería se fue vaciando y cada vez quedábamos menos allí. Algunos hombres que entraron no me daban buena espina y yo sólo esperaba no quedarme sola ante el peligro. Uno se me acercó y me preguntó de donde era y para qué venía a Guatemala. No le di mucha conversación y al final se fue. Tuve que ir al baño varias veces, lo cual fue incómodo porque cada vez que lo hacía tenía que llevarme conmigo todo el equipaje. El tiempo pasaba despacio y yo me desesperaba. Ya no pensaba en coger un vuelo de vuelta a Madrid sino en coger el shuttle a Antigua e irme a dormir al hostel tan pronto como llegara. Poco antes de las 6 de la mañana me fui a la otra cafetería que era donde el shuttle recogía a los pasajeros. Después de media hora esperando el shuttle no llegó. Miré mi móvil y vi un mensaje de la compañía diciendo que ese shuttle se había cancelado y me devolvían el dinero. El siguiente era a las 9 de la mañana pero yo no tenía ninguna gana de esperar tanto.
Me enteré de que había unas oficinas en el aeropuerto que organizaban shuttles a Antigua y que abrían a las 7 de la mañana. No había hora fija de salida, sino que tan pronto consiguieran pasajeros, saldrían. A las 7 me planté delante de estas oficinas y en cuanto abrieron les dije que quería ir. Me dijeron que me avisarían cuando consiguieran al menos dos personas más. Cada vez que llegaba un vuelo yo miraba expectante si algunos pasajeros se acercaban a preguntar por los shuttles, rezando para que reservaran. La mayoría iba a los taxis o a preguntar por alquiler de coches, y yo ya empezaba a desesperarme. Poco a poco iba siendo más de día y el aeropuerto su fue animando. No fue hasta las 8:30 que conseguí irme en un shuttle a Antigua.
Nuestro conductor era muy simpático y nos preguntó a cada uno de dónde veníamos y nuestros planes de viaje. Los que venían conmigo era una pareja de México. A pesar de estar muy cansada me sentía mejor y más animada. Atravesamos parte de la ciudad de Guatemala hasta salir a la carretera. Lucía un sol radiante y en la radio sonaba música latina muy animada. Sentía que mi aventura en Guatemala por fin comenzaba y me di cuenta de que sin pensar mucho ya había tomado la decisión de seguir adelante. No sabía cuánto duraría el viaje y si llegaría a los tres meses que había planeado, pero decidí que no me iba a agobiar con eso. Viviría día a día y disfrutando del momento, estando abierta a terminar el viaje antes si era necesario. Por ahora tenía ganas de seguir y dentro de mi sabía que podía hacerlo.
Cuando llegué a mi hostel en Antigua dejé mis cosas y comí algo de la comida que llevaba. No había comido absolutamente nada desde el primer vuelo. En el segundo no pude porque me puse mala de la tripa y durante la noche tampoco tenía ganas de comer nada. Ahora me sentía mucho mejor y volvió mi apetito. Después de comer llamé a mi seguro de viajes para pedir cita con un médico, pues todavía me preocupaba lo que pasó durante el vuelo. Yo tenía contratado el seguro de viajes de IATI, al igual que hice durante mi estancia en Costa Rica hace años. Es la compañía de seguros que más me gusta por su profesionalidad y excelente trato, y eso es de agradecer cuando tienes un problema durante el viaje. En cuanto les llamé para contarles mi situación, se pusieron en contacto con su contraparte en Guatemala y me reservaron una cita con un médico.
Salí a pasear para ver la ciudad pues tenía un par de horas antes de mi cita con el médico. Caminando por las animadas calles me fui animando yo también y disfrutaba de cada cosa que veía a mi alrededor. En algunas plazas había indígenas vendiendo artesanías y comida, y me acerqué a mirar lo que vendían. Había mucha gente por todas partes, la ciudad rebosaba vida, y yo empecé a sentirme más viva allí. Me encanta esa sensación de recorrer un lugar nuevo por primera vez, y especialmente cuando voy sola, porque puedo estar más presente. Me sentía muy satisfecha por haber superado la dura prueba de los preparativos y el viaje, con todo el estrés, miedo y agotamiento, y agradecida por no haberme echado atrás.
La gran recompensa del día llegó cuando fui a la consulta médica. Allí me esperaba la doctora Sandra, posiblemente la mejor doctora que haya tenido en mi vida, y de verdad que he tenido muchas! Además de ser doctora de medicina general también era homeópata. Me dedicó dos horas de su tiempo para examinarme, pero también para escucharme y para aconsejarme, con toda su presencia y amor. Hablamos de muchas cosas de la vida y de cómo influyen las emociones en nuestra salud, hasta de neurociencia! Me dijo que era muy valiente por haber emprendido este viaje sola en un estado de salud un poco comprometido. Me regaló un remedio homeopático y me dijo que la llamara si necesitaba cualquier cosa. En su pared vi que había recibido un premio a la mejor doctora de la ciudad hace unos años, y la verdad que no me extrañaba nada. Nos hicimos amigas y nos despedimos con un abrazo.
Volví al hostel muy animada después de la consulta con la doctora. Me daba cuenta de que a veces sólo necesitamos sentirnos apoyados y protegidos para estar bien de salud. Mi cuerpo reaccionó a todas las emociones sentidas últimamente, algo que no es la primera vez que me pasa. Todos los síntomas digestivos y el cansancio desaparecieron, y eso que no había dormido en toda la noche. Me sentía feliz y con muchas ganas de continuar mi viaje. Esa noche llegaba mi amiga Zoe, mi amiga inglesa que perdió el vuelo, y al día siguiente iríamos juntas al lago Atitlán. Yo me habría quedado más días en Antigua porque la verdad no había visto casi nada, pero dos días después teníamos que estar en el pueblo de San Marcos para un evento que ya habíamos reservado y pagado. También ya teníamos pagado el alojamiento por tres noches allí.
Me fui a dormir temprano porque estaba agotada. En mi dormitorio había una mujer mejicana que estaba viajando por Guatemala y hablé un poco con ella antes de dormir. A las 3 de la mañana llegó Zoe. Había oído unos ruidos en la puerta de fuera y entonces me di cuenta de que era ella llamando porque el hostel estaba cerrado. Cuando llegó me contó que el taxi que yo había reservado para ella desde el hostel no se presentó y después de esperar una hora, tuvo que coger otro. Ella me intentó llamar pero yo tenía el móvil apagado y no pudo llamar al hostel porque no tenía el número. La verdad que Zoe tampoco había empezado el viaje con buen pie y no le paraban de pasar cosas desafortunadas con el transporte. Encima en mitad de la noche fue al baño y una tubería se rompió saliendo el agua disparada. Tuvo que llamar a unos de los chicos que trabajaba allí para que la ayudara.
Al día siguiente los del hostel nos dijeron que el taxista que enviaron sí fue al aeropuerto y estuvo esperando a mi amiga con un cartel que ponía su nombre. Mi amiga se enfadó y dijo que no vio a nadie y estuvo esperando en el lugar que le indicaron. Al final la única manera de solucionar el conflicto fue pagar cada uno la mitad de ese taxi. Yo acepté a pagar la mitad de la parte de mi amiga porque cometí el error de no darle el número del hostel y por no haber tenido el móvil encendido. Después de resolver este asunto con la recepción, salimos a la calle para hacer varias gestiones. Primero teníamos que reservar nuestro transporte al lago Atitlán con una agencia y después comprar una tarjeta sim para el móvil. Una vez conseguimos esto, volvimos al hostel para recoger nuestro equipaje y esperar al shuttle que nos recogería en la puerta. Fue una pena irnos de Antigua con tanta prisa y dejarnos tanto por ver, pero sabía que algún día volvería. Ya una vez en el bus, nos pudimos relajar y disfrutar del viaje de varias horas que teníamos hasta nuestro próximo destino. ¡El lago Atitlán nos esperaba!