Dice Arzalluz que del Ebro para abajo nadie quiere a los nacionalistas vascos: el problema es que del Ebro para arriba tampoco porque la futura Europa hará inviables los independentismos al consagrar la inalterabilidad de las fronteras interiores.
Así es el proyecto de Constitución que preparan la Convención Europea, presidida por Giscard d’Estaing, y el Partido Popular Europeo, que quiere adelantársele.
La unión económica había nacido en los años 1950, precisamente, para evitar los nacionalismos que provocaron dos guerras mundiales, aunque nunca se previó que reaparecerían para segregarse de sus miembros y crear nuevos estados.
Schumann, Monnet y los demás padres fundadores reseñaban como ejemplar un párrafo profético del escritor austriaco Stefan Zweig (1881-1942):
“Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución, el hambre, la inflación y el terror; he visto nacer y expandirse ante mis ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo que envenena la flor de nuestra cultura europea”.
En la idea casi marxista de que la unión económica atenuaría los nacionalismos, surgió lo que hoy es la Unión Europea como comunidad de intereses; luego, el comercio llevó a la creciente integración política.
Así fue como los europeístas acallaron las hostilidades nacionalistas entre estados que se habían hecho la guerra; ahora se enfrentan al que consideran el peligro interior para extirparlo.