Itongadol/AJN.- Por Beatriz Sarlo [Especial para la Agencia Judía de Noticias].- La frase más horrible que escuché fue atribuida, por la prensa, a un joven: “Fue una broma que salió mal”. Al parecer, en la cruel superficialidad de ese lugar común, no existen rastros de una conciencia sobre el hecho. La frase es tan banal como profundamente significativa: alguien, de la misma edad que los estudiantes agresores y víctimas, pensó que esa “broma” podría haber salido bien. ¿Qué habría querido decir “salir bien”? ¿Qué nadie, excepto los eventuales testigos, se enterara? ¿Qué nadie se sintiera salvajemente agredido? ¿Qué agresores y víctimas terminaran brindando con cerveza?
La “broma que salió mal” no podía “salir bien”. Las razones: en primer lugar porque, en un carnaval descerebrado, enfrentó a muchachos judíos con jóvenes disfrazados de nazis. Los muchachos judíos no representaban nada, sino que simple e inevitablemete eran los descendientes de otros judíos que, cosas del destino, no fueron asesinados en los pogroms de Europa oriental o, más tarde, en los campos de concentración alemanes. En segundo lugar, los que se vistieron de nazis para entrar a la disco eligieron vestirse de verdugos, de hombres que despreciaron la humanidad de otros hombres, de ideólogos de teorías cuyas consecuencias monstruosas son conocidas. Eligieron vestirse como representantes del Mal. Y, como en algún momento lo señaló Hannah Arendt, ni siquiera se dieron cuenta de que ese Mal se combina con la banalidad. Se creyeron ingeniosos y fueron simplemente banales y siniestros.
Me doy cuenta perfectamente que no se estila hablar de este modo sobre actos perpetrados por jóvenes. Se estila más bien llamarlos a la reflexión con los buenos modales de la nueva pedagogía. Sin embargo, empleo palabras fuertes, porque todavía es inolvidable la degeneración de los actos cometidos por los nazis, cuya esvástica estos jóvenes se colocaron en el brazo como si fuera el banderín de un club deportivo. Los jóvenes disfrazados de nazis tuvieron en sus vidas condiciones para conocer mejor el valor de sus actos. No son marginales a quienes el destino les negó escuela, familia, instituciones, vivienda, salud o alimento. La juventud no es una disculpa para pasar por alto el hecho que define el Mal en el siglo XX.
Algo más debería enseñarse a los jóvenes disfrazados: la presencia de los judíos en la cultura argentina, esa red que viene tejiéndose desde hace un siglo. Y no importa que a esos jóvenes no les importe. Simplemente, hay que hacerles saber en qué país viven. En un país donde, por cierto, no parece un mal chiste que la gente se disfrace de nazi para irrumpir en una disco. Parece, sencillamente, un amasijo de ignorancia, superficialidad y desprecio por el peso de los actos.
Iton Gadol