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Antología poética (1908-1937), de ósip mandelstam. si me apresaran nuestros enemigos.

Publicado el 05 enero 2024 por Miguelmalaga
ANTOLOGÍA POÉTICA (1908-1937), DE ÓSIP MANDELSTAM. SI ME APRESARAN NUESTROS ENEMIGOS.La tragedia de la cultura rusa en el siglo XX tiene uno de sus grandes hitos en Ósip Mandelstam, un poeta radicalmente libre que se atrevió a escribir en contra del poder totalitario sabiendo que las consecuencias de sus actos le llevarían a la tortura y a la muerte. Debido a su negativa a amoldarse a las exigencias literarias del Estado soviético siempre fue un escritor paria. La lectura de sus poemas nos presentan a un escritor extremadamente sensible con el paisaje de su patria y con un mundo interior muy rico y a la vez atormentado. Para él la poesía era una especie de arado que al remover la tierra, hace surgir a la superficie sus capas más profundas. También era un arma de guerra pacífica y estrictamente defensiva, aunque hiciera incomodar a un poder totalitario que no toleraba la más mínima disidencia. Mandelshtam fue un ser tan valiente que prefirió defender su libertad interior poniendo en juego su propia existencia.

Ya en 1930, alza su grito contra el destino de sus compatriotas:

Amo a este pueblo cautivo de la tierra,

que cuenta los años como siglos,

da a luz, duerme y grita.

Para tus oídos fronterizos

todos los sonidos suenan bien…

amarillento, amarillento, amarillento

en la maldita profundidad mostaza.

También es capaz de alabar la actitud de Miguel de Unamuno en el famoso incidente en el rectorado de Salamanca a comienzos de nuestra Guerra Civil, un episodio que llegó incluso a la Unión Soviética. Mamdelshtam llama a Unamuno "pájaro sabio y desobediente".

Pero es su Epigrama sobre Stalin el causante a la vez de su desgracia y de su gloria. Pocas veces se ha retratado con mayor acierto a un despreciable dictador que se cree dueño de la vida y destino de sus súbditos, una especie de psicópata de pesadilla que disfruta sojuzgando al pueblo:

Vivimos sin sentir el país bajo nuestros pies,

nuestras voces a diez pasos no se oyen.

Y cuando osamos hablar a medias,

al montañés del Kremlin siempre evocamos.

Sus gordos dedos son sebosos gusanos

y sus seguras palabras, pesadas pesas.

De su mostacho se carcajean las cucarachas,

y relucen las cañas de sus botas.

Una taifa de pescozudos jefes le rodea,

con los hombrecillos juega a los favores:

uno silba, otro maúlla, un tercero gime.

Y solo él parlotea y a todos, a golpes,

un decreto tras otro, como herraduras, clava:

en la ingle, en la frente, en la ceja, en el ojo.

Y cada ejecución es una dicha

para el recio pecho del oseta.


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