Desde hace un tiempo me he fijado en que se publica una cantidad nada desdeñable de antologías de relatos de diversos autores, sobre todo en editoriales independientes y en autoediciones colectivas. Las antologías suelen ser de escritores españoles importantes, jóvenes prometedores, autores de un mismo género (histórico, fantástico, romántico) e incluso iniciativas solidarias en las que el filtro no está tan definido. Con la irrupción del e-book se han multiplicado: cualquiera puede coordinar su propia antología; solo tiene que contactar con los autores para hacerles la propuesta y encontrar el medio de difusión adecuado. Algunos autores cobran por estos trabajos; otros, no, pero esto no es el tema central de esta entrada.
Cuando veo tantas antologías me planteo analizarlas desde dos puntos de vista: como lectora y como persona interesada en la literatura (dos perspectivas que, aunque no lo parezca, no siempre van de la mano). Como lectora, las antologías no me interesan: prefiero leer novela y, cuando me apetece leer relatos, me decanto por los de un autor importante, no por una compilación en la que muchas veces hay autores que no me transmiten confianza. Sin embargo, como persona interesada en la literatura, entiendo que estos proyectos sirven para reunir en un único volumen las creaciones de diversos escritores y eso puede enriquecer nuestro panorama literario.
No obstante, aun aceptando su interés, me planteo lo siguiente: ¿realmente todas estas antologías son necesarias? En mi opinión, no. Para empezar, porque, repito, con el e-book hay muchísimas, demasiadas, sobre todo antologías de género escritas por autores menores (los blogueros que estáis en las redes sociales lo sabréis tan bien como yo). En segundo lugar, porque al elegir a los escritores entran en juego criterios de selección discutibles: subjetividad (¿cómo se puede saber que estos son los mejores autores jóvenes y no otros?), amiguismo (¿no le extraña a nadie que algunos nombres participen en tantas antologías al lado de los mismos autores?). El interés que pueden tener las antologías se pierde -al menos en parte- al tomar conciencia de estos factores. En tercer lugar, pienso que a menudo un relato no es representativo de todas las capacidades de un autor, es decir, no compro el argumento de que al leer una antología podré conocer a muchos autores. Puede que algunos no me digan nada con un texto breve pero sean muy buenos en una novela; puede que algunos me parezcan brillantes y después, en una novela, me dejen fría; puede que algunos no tuvieran su mejor día cuando escribieron ese relato; puede que ese relato (al ser por encargo) se aleje de lo que escribe él por su cuenta. En definitiva, no veo tantas bondades en las antologías como a veces nos intentan hacer creer.
Además, me parece que tampoco podemos ignorar el hecho de que no interesan a los lectores. Hablemos claro: la gente lee novela, son muy pocos los que sienten una verdadera afición por los relatos. Nos lo demuestra, no solo la lista de libros más vendidos, sino el tipo de libro que se publica en general. Y no se puede producir un exceso de oferta cuando no hay demanada. Ahora alguien me podría argumentar que hay obras que se publican por su valor que tampoco atraen a un gran número de personas (recuperaciones de clásicos, autores importantes desconocidos en España, novelas que ofrecen algo particular), y es cierto, aunque esos casos no tienen las desventajas que he enumerado en el párrafo anterior. En cualquier caso, no pretendo que las antologías desaparezcan, pero opino que deberían regularse, en todos los sentidos. Si se siguen haciendo como churros y entre escritores amigos, lo único que consiguen es provocar reacciones como la mía. Que no nos engañen: algunas antologías pueden tener un interés verdadero, pero no todas son necesarias, ni siquiera las solidarias (¿alguien cree que realmente se venden?).
Antologías sí, pero con cabeza.