Revista Cultura y Ocio
Un perro joven y canelo -un chucho de raza indefinida-, de morro muy parecido al de una raposa, corría adelante y atrás por la acera y miraba inquieto a los lados. De tarde en tarde se detenía y, con lastimero aullido, levantaba ya una, ya otra de sus heladas patas, tratando de comprender cómo había podido perderse. Recordaba muy bien lo que había hecho durante el día y cómo, a la postre, había ido a parar a aquella desconocida acera. Por la mañana, su amo, el ebanista Luká Alexándrich, se había puesto el gorro, había tomado bajo el brazo cierta pieza de madera envuelta en un trapo rojo y había gritado: - ¡Vamos, Kashtanka! Al oír su nombre, el chucho de raza indefinida había salido de debajo del banco de carpintero, donde de ordinario dormía entre las virutas, se había estirado agradablemente y había seguido a su amo. Los clientes de Luká Alexándrich vivían muy lejos, así que antes de llegar hasta cada uno de ellos el ebanista debía hacer algunas paradas en las tabernas para reponer sus fuerzas. Kashtanka recordaba que por el camino su conducta había sido muy inconveniente.Aquí