Revista Cultura y Ocio

Antonio Gades

Por Juliobravo

Antonio Gades

La presencia, hace unos días, de la Compañía de Antonio Gades en el Teatro Real no ha hecho sino reafirmar una vez más la trascendencia que, como creador, tiene este artista en la danza española. «Bodas de sangre» sigue siendo una coreografía hipnótica, una obra llena de Lorca aunque no se escuche una sola de sus palabras. «Fuenteovejuna» atrapa por su mezcla de folclore y flamenco y el color popular que tiene toda la obra. Y «Carmen» mantiene intacta su frescura casi naïf... Me sigue cautivando su insuperable sentido teatral, el cuidado y el mimo con el que se presenta cada elemento en escena, la belleza de sus composiciones, la inteligencia de sus movimientos, siempre a favor de obra... 

Me hubiera gustado tener un mayor trato con Antonio Gades. Lo conocí en 1988, cuando montó en el Ballet Nacional, con motivo de su X anivesario, «Bodas de sangre», donde bailó con José Antonio. Pero fue una entrevista en la que no estuve a la altura; no era yo consciente, en esa época, de su significado. Tampoco tenía él, creo recordar, demasiado interés en ese encuentro, y probablemente eso ayudó a que la conversación fuera superficial.

Intenté tiempo después volver a hablar con Gades. Me cité con él en Las Palmas de Gran Canaria, donde actuaba su compañía un fin de semana, y allí acudí, pero me dio esquinazo (y eso a pesar de que contaba con mi amiga Virginia, que trabajaba entonces en su compañía, como aliada). Conseguí entrevistarle poco antes del estreno de «Fuenteovejuna» en Sevilla (primera ciudad española donde se presentó después de su estreno absoluto en Génova), en abril de 2005. La conversación fue en su casa madrileña de la calle Levante; Gades me imponía mucho, porque tenía la imagen de una persona seca y cortante, pero me encontré a un hombre comunicativo y hablador, inteligente, receptivo... Cuando terminamos la entrevista, me preguntó: «¿Quieres ver "Fuenteovejuna"?» «Por supuesto», respondí. Y vimos en la televisión de su salón la grabación del estreno en Génova. Yo no sabía si mirar a la pantalla o mirarle a él, absolutamente atento y pendiente de las imágenes, que de vez en cuando comentaba. Al final no me preguntó qué me había parecido. Simplemente sonrió, porque él sabía que aquella era una «obra maestra».

Días después fui a su estudio en la calle de Vicente Caballero para hacerle las fotos y para leer la entrevista, algo que me había pedido y a lo que no quise negarme; me acompañó una guapa y excelente fotógrafa llamada Asia Martín, que logró convencerle de que posara en actitudes y posturas que en principio no parecía dispuesto a admitir. Al cabo de un rato, Antonio se dirigió a ella y le preguntó: «Oye, ¿a tí te han parido o te han esculpido?» Un piropo que dejó a Asia -me confesó después que era un hombre que le impresionaba- perpleja y descolocada... La foto que ilustra esta entrada es precisamente de aquella sesión.

Tuve más adelante varias conversaciones, personales y profesionales, con Antonio Gades, alguna de ellas en su casa. Siempre encontré amabilidad y afecto en él. Tras el estreno de «Fuenteovejuna» en el Teatro Real, a cargo del Ballet Nacional, me llamó desde el AVE para darme las gracias por lo que había escrito. La última vez que le vi fue en noviembre de 2003; se iban a cumplir cuarenta años de la muerte de Carmen Amaya (yo nací el día en que ella murió) y quería que escribiera un artículo en ABC sobre sus recuerdos de esa excepcional bailaora. Ya había pasado por el quirófano, y exhibía sin pudor la impresionante cicatriz de la operación. Al despedirnos, en la puerta de su casa, me dijo: «Julio, cuidate, por favor, mírate esa gordura... No lo digo por estética, a mí eso no me importa, sino por salud. Cuídate mucho».

Sentí su muerte como la de alguien muy cercano aunque, ya digo, mi trato con él fue mucho menor del que me hubiera gustado tener... Por eso, y porque creo que su obra es un tesoro excepcional de nuestro baile y nuestra cultura, he brindado, y lo haré siempre, mi apoyo incondicional a la gente que lleva su fundación, empezando por Eugenia Eiriz y María Esteve, dos seres humanos tan excepcionales como lo fue Antonio Gades.


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