Dirigir el Ballet Nacional de España es una tarea complicada, no sólo por la responsabilidad que supone estar al frente de una institución de su categoría, sino también, y sobre todo, por las muchas dificultades que entraña llevar la batuta de tan nutrido grupo de personas. A ello se suman, además, los embrollos burocráticos y los obstáculos sindicales (en más de una ocasión zancadillas). Del Ballet Nacional, por desgracia, se ha hablado más cuando ha habido escándalos y problemas artístico-laborales que cuando, por ejemplo, ha tirunfado en el Palacio del Kremlin de Moscú o en el Metropolitan Opera House de Nueva York. De ello pueden dar fe María de Ávila, Aída Gómez, José Antonio o Elvira Andrés. A Aida Gómez no la despidieron por sus resultados artísticos, sino por la presión que ejercieron los sindicatos y un sector de los bailarines sobre el Inaem, que prefirió sacrificarla para callar las protestas, espuriamente alentadas desde ciertos medios. No entro en si las protestas tenían o no fundamento porque eso, en realidad, dio igual. El día en que se nombró a Elvira Andrés para sucederla, se celebró en el Ministerio de Cultura una reunión con un reducido grupo de periodistas para presentarla; a la salida, un representante sindical del Ballet y un miembro del CSIF, el sindicato de funcionarios, la esperaban para presentarse y recordarle que seguirían sus pasos muy de cerca.
Deseo mucha suerte a Antonio Najarro, el nuevo director del Ballet Nacional. Es un coreógrafo brillante y contemporáneo, respeta la herencia de sus maestros y conoce bien la compañía, donde llegó a ser primer bailarín. Tiene la experiencia justa como para no ser considerado un «novato» y la juventud suficiente como para mantener intacto el entusiasmo. Quiere estimular y motivar a los bailarines, y dejará pasar untiempo, asegura, hasta tomar decisiones. Confío en que el despacho del paseo de la Chopera no le cambie... Y que pueda llevar a cabo sus objetivos.
Y quiero, también, reconocer el trabajo que ha desarrollado José Antonio (creo que debería haber estado en el anuncio del relevo, por mucho que éste le haya dolido). La disciplina, el rigor y la limpieza que muestran la compañía son sin duda reflejo de su manera de entender la danza y de su personalidad. En el haber de esta segunda etapa suya al frente del Ballet Nacional se puede destacar ese excepcional programa de Escuela Bolera; en el debe, ese prescindible «Corazón de piedra verde». Pero creo, sinceramente, que pesa mucho más lo positivo que lo negativo.