Revista Libros
Antonio Ramírez Almanza. La puerta de los secretos
Publicado el 02 diciembre 2016 por Santosdominguez @LecturaLectoresAntonio Ramírez Almanza.La puerta de los secretos.Turandot Ediciones. Sevilla, 2014.
La quietud descansa escuchando los saltos de agua en los meandros cercanos del Genil hacia la vega de Córdoba. La hora se adueña protectora del verdor hondo de los naranjos, mientras todo sigue igual por las acequias, en el laurel gigante que no mueve la brisa, por los olivos, en el gallinero y los corrales, o en la majestad de las palmeras con sus arriates llenos de adelfas sin flores blancas de verano.
Las nubes cercan las estribaciones de Sierra Morena por el amanecer inminente, entrando hacia el salón solitario, sobre la chimenea de azulejos sevillanos con moscas pegajosas y dulzonas de este tiempo de vendimias; dentro de la alacena y sus juegos de café de la Cartuja; frente a la vidriera de un san Antonio de Padua y, sobre todo, en el reloj de péndulo parado a las tres cuarenta de una madrugada.
No era mirar arriba, sino dentro.
Es uno de los textos más significativos de los que integran La puerta de los secretos, de Antonio Ramírez Almanza.
Como en ese texto, lo que está fuera y lo que está dentro, la mirada a la naturaleza y la conciencia del tiempo, el presente y la evocación son la base de una reflexión en la que la poesía se concibe como una forma de entender el mundo y como una prospección en el interior de uno mismo para tomar conciencia del lugar que se ocupa en él.
Articulado en cuatro partes que oscilan entre lo existencial y lo erótico, entre la angustia y la afirmación vital, entre el verso y la prosa, recorre La puerta de los secretos una mirada interrogativa a la naturaleza y al fondo de sí mismo en busca de la luz desde lo oscuro.
Lentamente destilados en la voz serena de Antonio Ramírez Almanza, atraviesan estos poemas los días y sus huellas en un viaje hacia el amor desde la soledad y desde el desaliento de las noches.
Y la poesía se convierte en una forma de diálogo entre lo interior y lo exterior, porque mirar “no era mirar arriba, sino dentro” y ordenar una mesa era ordenar el mundo a través de una palabra poética que explora desde la contención las fronteras entre la luz y la sombra, entre la melancolía elegíaca y la afirmación del presente.
Santos Domínguez