Revista Cine

Apagón

Publicado el 28 enero 2012 por Alfonso

Y en mitad del tiempo de las dictaduras financieras, en plena crisis del petróleo que no cesa (llevamos así, si la memoria de los calendarios no me falla y el recuerdo del sabor del Eko tampoco, desde 1973), se empeñan en ponerle puertas al campo y cerrar Megaupload, sitio web de servicio de alojamiento de archivos, con extensión puntocom y famoso en el mundo entero. Todo sea por el bien de la industria del entretenimiento, cinematográfica y musical principalmente, por el nuestro que en no teniendo, en no escuchando, creceremos más libres y autónomos. Y lo lleva a cabo el FBI, unos agentes de Virginia, siendo exactos, actuando en Auckland, capital de New Zealand, y Hong Kong -Puerto Fragante en traducción literal del chino; en el nombre lleva casi un delito-, enarbolando la bandera de la libertad artística y el derecho a que las ganancias vayan a los autores y propietarios de las obras, ocultando la parte proporcional que las arcas occidentales habrán de recaudar e ingresar en sus arcas, las de los USA principalmente, claro. Y lo ejecuta el FBI al tiempo que se estrena en media mundo J. Edgar (2012), dirigida por Clint Eastwood y con Leonardo DiCaprio dando vida al primer presidente de la citada Oficina Federal de Investigación, al Caballero al que hace referencia el título de la misma: ¡Eso es un trailer promocional y lo demás son tonterías!
Que el gobierno norteamericano defienda los derechos de autor mientras en la base de Guantánamo los derechos de un par de cientos de humanos brillan por su ausencia es preocupante o más. Lo de menos es encerrar a los capos de la empresa, con el alemán fundador, Kim Schmitz, de 37 años y conocido como Kim Dotcom, como gran referente, clausurar el dominio que alojaba en sus servidores los avi, los mp3, que otros ponían, más o menos gratuitamente, a disposición de extraños, que quizá sea merecida -la cárcel para unos, la gratuidad para otros; el Arte siempre ha de estar por encima de la forma de ganarse la vida el artista: Kafka, Emily Dickinson Van Gogh, Modigliani, Nick Drake, Eva Cassidy..., apenas sacaron provecho económico de sus creaciones, pero ahí está su legado-, lo terrible es que se crea un peligroso procedente: ¿podrán ser mañana acusadas las operadoras telefónicas o los gigantes Apple, Samsung, Nokia, de poner su tecnología al servicio de atracadores y proxenetas?; ¿podrá ser acusado el propietario de una vivienda de colaboración en un homicidio porque el inquilino alquilado utilizare la intimidad del hogar para descuartizar ancianas ricas o jóvenes efebos?, ¿podrá un gendarme municipal tirar de una patada las puertas de la mansión de un juez para ver si la colección discográfica del hijo adolescente ha sido previo paso por caja?
Los usuarios de las redes sociales, los perseguidos Anonymous, los que se autoproclaman analistas de las comunicaciones, aquellos que dejaron el abrigo del siglo XX en un rincón del armario que no suelen abrir, lo tienen, tenemos, claro: esto es la World War Web. Y ello mientras todavía se debaten la SOPA y la PIPA, las dos iniciativas que hablan de terminar con la piratería. Si en su día la caída de las Torres Gemelas sirvió para que caminemos descalzos y semidesnudos por los aeropuertos, la detención de Kim Dotcom, nos avisa que la libertad en el mundo de los ceros y unos está en serio peligro: si los responsables de Megaupload han delinquido, con culpables, por ejemplo, de haber sustraído información de los planos o documentos que algunas empresa les confiaban -no todo su contenedor era de libre uso y distribución-, de evadir capitales, que paguen, por supuesto, pero olvidan que en el verano de 2001 Napster y Shawn Fanning eran los culpables del declive del imperio sónico anglosajón.
Y aprovechando la confusión, lo mejor será poner cara de bueno. De momento Twitter dice que vigilará los comentarios de sus usuarios. O lo que es lo mismo: si no hablas con corrección estilística y política te cerraremos la boca en forma de cuenta. Muchos hemos entendido que eso es inadmisible y que hoy, 28 de enero de 2011, es el #TwitterBlackOut, veinticuatro horas en las que no diremos ni pío, como forma de protesta a lo que no puede ser: el futuro está aquí y es informático o no será -¿cuánto se tardará en manipular -¿o es lo cierto?-, en decir, que los usuarios de Twitter protestan por el cierre de Megaupload?-. Y de momento, con inexplicables excepciones -en mi lista de seguimientos" la de la revista Rock de Lux, Microciervos o Douglas Coupland-, el reproche mudo funciona. Claro que si después de pasar un día sin estar pendientes de los mensajes de últimísima hora -seguro que más de un forastero de vacaciones pagadas por la nevada Davos esboza una sonrisa a lo Guy Fawkes-, lejos de las pantallas y teclados, descubrimos que hay otra vida... igual no regresamos a ese corral.
¿Qué sucedería si los blogs o páginas que alojan críticas de films clásicos o discos modernos, utilizando videos promocionales de Youtube, capturas fotograficas de alta resolución en las que no se cita la procedencia, opiniones de autores reputados en la materia, decieran, decidiésemos, echar el cierre y salir a reivindicar otro mundo alternativo? ¿Inimaginable? No tanto.
APAGÓNKim Schmitz

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