Aparece la serpiente con su veneno.
Surge de las profundidades amenazante, salvaje y despiadada. Podemos apedrarla, intentar cortarle la cabeza, arrinconarla, encerrarla. Podemos matarla.
Volverá.
O podemos desnudarnos ante ella. Vernos en sus ojos. Sentirla en nuestras entrañas olvidadas. Reconocer su veneno. Dejar de huir. Sabernos ella. Mirarla de frente y aceptar lo que nos refleja.
Si, podemos seguir culpando a la serpiente, defendiéndonos de ella,
pero si no nos damos cuenta de que la serpiente mora en nosotros,
en lugar de empoderarnos y protegernos,
terminará por envenenar nuestro corazón.