Cuando se plantea el estudio de los apellidos españoles, ya sea a nivel general o centrándose en algún caso concreto, es preciso tener presentes tres conceptos fundamentales que evitarán muchas confusiones, deducciones erróneas e interpretaciones a veces incluso pintorescas. Debemos conocer y manejar los siguientes aspectos:
-Etimología del apellido. Es decir, el origen de la palabra en sí, su procedencia lingüística, su significado y uso originario. El repertorio es tan amplio como la compleja historia de España y los muchos pueblos que se han establecido o evolucionado en ella dando lugar a la riqueza cultural y lingüistica del país. Es por tanto lógico encontrar apellidos que en el aspecto puramente etimológico procedan de términos prerromanos, latinos, griegos, fenicios, godos, judíos, árabes, castellanos, catalanes, vascos, franceses, ingleses, etc.
Por poner algunos ejemplos, que tomaremos del Diccionario de apellidos españoles (Faure et al., Espasa 2001), citaremos casos como Leiva, procedente del topónimo Leiva, población riojana, tal vez de etimología prerromana. Duarte, derivado del nombre germánico Edward, de origen gótico, evolucionando al nombre castellano Eduardo. Bouzas, de origen gallego-portugués derivado de la voz bouza, matorral, terreno inculto, que es a su vez topónimo en diversos lugares. Benages, de origen catalán, quizás derivado del latín bene habeas, bien tengas, o del árabe Ben Ajam…
Ejemplos hay tantos como apellidos y en algunos casos está plenamente aclarada la etimología mientras que en otros hay que recurrir a fórmulas como tal vez, quizás, pudiera proceder de…
-Uso como apellido. Diferente al concepto anterior es el aspecto de por qué un término comenzó a usarse como apellido. Y es aquí donde entraría en juego la clasificación que tantas veces encontramos en los tratados genealógicos donde se les identifica como:
a) Patronímicos. Es decir, aquellos que denotan filiación, haciendo referencia al nombre propio del padre o antepasado. La forma más extendida consiste en añadir al nombre propio un sufijo siendo el más común –ez (Pérez, Fernández…) aunque hay otras variantes acabadas en –z (Muñiz, Muñoz…), en –is en la zona levantina (Peris, Llopis…) etc. También los hay sin modificación del nombre (Berenguer, Martín, Manrique…)
b) Toponímicos. Aquellos nombres de población (Arteaga, Peñaranda…), topónimos o incluso micro-topónimos (Roca, Bosque, Fuente…) y gentilicios (Catalán, Franco, Sevillano…) que las personas comenzaron a emplear para indicar su origen. Así, un Juan de Espinosa venía a significar originalmente Juan el nacido en Espinosa o el descendiente de un nacido en Espinosa. Juan de la Fuente, Juan el que vivía en la fuente de …, etc...
c) Oficios. Empleos, cargos u oficios que las personas usaron junto a su nombre y que transmitieron a sus descendientes. Por ejemplo, Herrero, Zapatero, Mayordomo…
d) Motes. Expresiones sobre las cualidades físicas o morales de los individuos, que fueron heredadas. El caso de Rubio, Gallardo, Luengo…
e) Apellidos españolizados. Residualmente podríamos considerar también apellidos españoles al de aquellos extranjeros que siglos atrás adaptaron la forma original de sus apellidos, otorgándoles una pronunciación y grafía más española. Por ejemplo, encontramos en la pujante Sevilla que monopolizaba el comercio con Indias numerosos casos de apellidos flamencos españolizados como los Malcampo (Maelcamp), Maestre (Meester), Bécquer (Becker), etc.
Sin olvidar algo importante: un mismo apellido podría clasificarse dentro de varios de estos grupos. Hemos citado a Maestre entre los apellidos españolizados pero también se podría incluir en la categoría de oficios, por su significado de maestro, o entre los toponímicos puesto que diversos lugares de la Península llevan este apelativo.
-Expansión. Aunque podamos definir el origen etimológico del apellido y si se aplicó en sus inicios como patronímico, gentilicio, oficio, etc., nos quedará un tercer paso que es identificar cómo el apellido se pudo extender entre diversas familias sin relación familiar alguna. Esta es la clave y el aspecto quizás más desconocido de todo el proceso por el que surgieron y se generalizó el uso de apellidos entre la amplísima comunidad hispana a lo largo y ancho del planeta. Este complejo mecanismo lo veremos con más detalle en un post específico dada su importancia ya que nos servirá para responder a la pregunta de ¿por qué hay tantas miles de personas con mi mismo apellido en todo el mundo?
Todo ello nos lleva a una pregunta lógica ¿qué importancia tiene que sepamos distinguir entre estos tres aspectos al estudiar un apellido? Sencillamente decir que es imprescindible haber asimilado estos conceptos para realizar una interpretación correcta de la influencia que tiene cada uno de ellos en el apellido.
La etimología normalmente resultará ser un dato anecdótico. El origen prerromano del topónimo Leiva o el germánico de Duarte en nada afectaron a las primeras personas que se llamaron Leiva por proceder de esta población o Duarte por descender de un Eduardo. Parece algo evidente, pero los antiguos genealogistas a los que gustaba fabular y adular usaron muchas veces esta fórmula para atribuir orígenes romanos o godos a más de un linaje, mitos que aún hoy en día siguen circulando. E igualmente en la actualidad apellidos que proceden, o parecen proceder, etimológicamente de vocablos árabes o judíos sirven para afirmar, sin rubor, que quienes lo llevan tienen ese origen.
Sí puede ser interesante la etimología en casos como el apellido Bouzas o en otros que nos muestran términos propios de un idioma o región determinada, ya que nos aportan el indicio de que la familia estudiada pudiera proceder de esa zona. No obstante, hasta que no sepamos cuando y como empezó a usarse el apellido en nuestro caso concreto, todo esto no serán más que suposiciones o pistas que habrá que intentar confirmar o desechar.
Finalmente, bajo el paraguas de cada apellido ha habido tantas formas de expansión que difícilmente llegaremos a saber si realmente procedemos de un patronímico por tener un antepasado con ese nombre de pila, de un toponímico porque nuestro primer antepasado llegase de allí, etc, o si en un momento dado nuestra familia asimiló el apellido sin tener relación de sangre con sus portadores.
© Antonio Alfaro de Prado