Revista Opinión

Apreciaciones

Publicado el 07 febrero 2020 por Carlosgu82

Nunca pensé que un hombre que tuviera un lustro y medio menos que yo, fuese motivo de interés para mi. Lo que inicialmente era admiración, se estaba convirtiendo paulatinamente en gusto y yo no estaba haciendo mucho para detener esa pequeña avalancha de emociones y pensamientos que se cruzaron en mi cabeza en el segundo en que sus labios rozaron mi cuello.

Su corazón, lejos y cerca del mío, estaban palpitando al mismo ritmo, aunque mis latidos querían acelerarse. Fue una mezcla de sorpresa, enojo, ternura, dulzura y, a la vez, inquietud. Lo que inició como un simple reposo de su cabeza sobre mi pecho, cosa que asumí con maternal actitud, porque lo acuñé y lo abracé como si de un pequeño inocente se tratase, se convirtió vertiginosamente en una sensual maniobra. No lo entendía y al día de hoy, sigo sin comprender totalmente qué fue lo que motivó en él ese arranque de cariño desmedido. Incorporándome en la silla en la que estaba recostada, decidí retirarlo de mi pecho e increparlo por lo que había hecho. Tenía novia y no era justo con ella que todo el afecto, que por ser ella suya, merecía exclusivamente, lo compartiera tan libremente con alguien que lo estaba acompañando. Es cierto. Antes que el actuara así conmigo, yo había sido físicamente cercana, pero con la intención de hacerle saber que para mi su trabajo como músico tenía tanta importancia como el mío como directora vocal e instrumental. Mis besos eran de una madre a un hijo y mis consentimientos eran de una progenitora a su retoño. Llegué a pensar que había mal entendido mis afectos, pero no… Claramente y con decisión, me dijo, mirando a mis ojos y con pequeños brincos hacia mi boca, que me quería y que deseaba retribuirme en caricias lo que yo le estaba dando (comida, hospedaje y pago). Seguía mi alma turbada por la atrevida actitud de mi subordinado. Nunca lo ví como uno, pero en ese momento, no se me ocurría otro título para poder aplacar todo el huracán de sensaciones que estaba experimentando. Pasmada y volviendo mi mirada a la ventana, le di la espalda pensando en que sería suficiente negativa a sus mimos, pero la cosa no fue así… Inesperadamente, siguió abrazándome y besando mi espalda en toda su extensión. Acercó su gran pecho a mi dorso y me abrazaba con tanta ternura que habría creído que seguía siendo niño, sino fuera porque sus labios seguían recorriendo mi espalda cubierta por una blusa y un pullover. No me molesté, al contrario, jamás había sentido que alguien me besara con tanta ternura, ni siquiera las personas que decían quererme y con las que había sostenido fallidas relaciones sentimentales. Sin embargo, yo, en ese momento, pese a ser presa de sus caricias, era conciente de su posición comprometida y nuevamente, lo increpé. Le recordé que era un hombre que tenía una responsabilidad sentimental con una niña maravillosa (porque la conozco a ella y a sus padres) y que no era justo que él actuase de esa manera. Se detenía por el momento, pero sus ansías de besarme y abrazarme volvían. En ese punto, él ya no era un niño…. era un hombre que quería, a toda costa, hacerme el amor sin estar en una cama. Lo veía en sus ojos, en su actitud, en su mirada. Quería que yo le correspondiera de cualquier forma e, inconcientemente, yo lo estaba haciendo, pero mi moral me impedía disfrutar de sus manifestaciones. No me perdonaría ser parte de una infidelidad jamás. Debo reconocer que me quedé dormida en el tramo y cuando me desperté, no abrí los ojos. Mi cabeza estaba sobre su hombro y con su brazo me estaba rodeando el torso y su mano, estaba debajo de mi blusa acariciando lentamente mi piel. Con cierta frecuencia que aún no defino, besaba mi cabeza con dos pequeños besos y una ternura descomunal. Luego, acariciaba con su inmensa mano mi cara y tomaba mi mano sintiendo dedo por dedo. No quería detenerlo, quería seguir así, cubierta de su implacable cariño y su definido amor, pero no podría, no podría por que pensaba en la chica que llevaba el titulo de novia. No podía arrebatarle su amor y mucho menos, despojarla del hombre con el que ella se sentía plena. No, y no quería que eso me sucediera. Decidí levantarme y tratarlo con indiferencia, pero ni eso funcionó. Nuevamente, su brazo rodeaba mi torso y cuando me veía preocupada por el recorrido del bus, intentaba calmarme besándome la mejilla o poniendo su cabeza en mi pecho. Dejé de verlo como un niño cuando descubrí que media vida suya significaba mi vida completa en experiencias. Dejé de verlo como un niño cuando sabía explicar, mucho mejor que yo, situaciones de las que yo me jactaba. Dejé de verlo como un niño cuando me enteré que su cabeza estaba hecha más de razonamientos que de simples apreciaciones. Me saturé en mi cama, día y noche, pensando como sacarlo de atontado cerebro y en lugar de lograrlo, lo único que hecho, ha sido opacar su elevada imagen con excusas estúpidas como que no es tan estudiado como yo, como que no me reta intelectualmente, como que no entendería jamás mi visión y, que en su vida, se le ocurriría pensar algo serio conmigo… Pero él no lo descarta. No descarta estar conmigo en la forma que sea. No pierde espacios para hacerme a su alma en un abrazo o un beso. Lo único que encuentro para poder derribar este muro de apreciaciones indebidas es escribir, aclarar ideas y confirmarme, una vez más, que no lo deseo y que no quiero que me ame como él quiere hacerlo. Lo he limitado a un plano musical, desde donde sé que puedo admirarlo sin necesidad de caer en sus encantos. Soy músico también y, desde ahí, me es más difícil visualizarlo como un hombre y es más fácil limitarlo al plano de un talentoso instrumentista.

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