La vitamina C es quizás la más conocida entre todas las catorce vitaminas que necesitamos. Está en boca de todos durante la temporada de los resfriados y la gripe y se le asocia invariablemente con el jugo de naranja. También conocida como ácido ascórbico, la vitamina C es una vitamina que el cuerpo no produce ni almacena pero que necesita.
A diferencia de la mayoría de los mamíferos, los seres humanos no somos capaces de sintetizar nuestro propio ácido ascórbico o vitamina C y es necesario obtenerlo de los alimentos que consumimos.
Breve reseña Su descubrimiento no ocurrió sino hasta entrado el siglo XX. En 1928, el fisiólogo húngaro, Albert Szent-Györgyi (Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1937) la aisló en su laboratorio y aunque no la llamó vitamina C, las investigaciones posteriores comprobaron que lo que había hallado era esta vitamina. Cinco años más tarde el químico inglés Norman Haworth (Premio Nobel de Química en 1937) dedujo su estructura química.
En las verduras, las principales aportadoras de vitamina C son el brócoli, los tomates, los pimientos, las espinacas, los nabos y otras verduras de hoja.
¿Qué función tiene?La vitamina C es un nutriente esencial, y tiene varias funciones en el cuerpo:
- Por un lado actúa como facilitadora de la absorción del hierro de los alimentos.
- Además es un antioxidante que protege a las células (los antioxidantes bloquean parcialmente el daño causado por la liberación de radicales libres- éstos se producen por ejemplo, por exposición a la contaminación, al humo del cigarrillo, durante el funcionamiento normal del cuerpo, etc.) que pueden causar enfermedades.
- Ayuda en la producción de colágeno, una proteína básica para sanar las heridas y la cicatrización.
El ácido ascórbico apoya el sistema inmune (los glóbulos sanguíneos blancos). La vitamina C fortalece no sólo las células inmunes (linfocitos y macrófagos) sino también la concentración de inmunoglobulinas en el suero sanguíneo.
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