Ser escritor no solo implica dar rienda suelta a la imaginación y terminar con los dedos doloridos de tanto teclear. Adentrarse en esta profesión (y en cualquiera de tipo artístico) lleva el añadido de tener que escuchar las críticas de los demás, que no siempre son favorables. Aun así, hay autores que parecen no ser conscientes de ello y se molestan cuando alguien se atreve a decir algo malo sobre su libro. De ellos va mi reflexión de hoy.
En primer lugar, quiero decir que entiendo que no resulte agradable que se hable mal de una obra a la que se ha dedicado tiempo y cariño: somos humanos y estas cosas nos duelen. No obstante, no hay que dejar que la rabia momentánea se imponga y provoque que el escritor (o sus amiguitos) pongan verde al reseñador. Entre otras cosas, porque el único perjudicado por ello es el autor, ya que su imagen queda terriblemente dañada. Por muy dura que pueda ser la crítica, hay que tener la elegancia de no mostrar públicamente el enfado.
Además, a veces las reseñas negativas pueden tener razón, en especial cuando se trata de libros autoeditados que no han pasado por ninguna revisión. En este sentido, me he encontrado con novelas muy deficientes en todos los aspectos, de modo que comprendo que fueran rechazadas. Hay autores que agradecen las críticas porque les ayudan a mejorar, mientras que otros justifican sus errores con excusas que no tienen ningún sentido y hablan de lo malas que son las editoriales porque no han apostado por ellos. Con esta actitud no se puede avanzar (ni en este mundo ni en ninguno).
A mí me gusta comparar una novela con un examen: tú puedes estudiar mucho y esforzarte para dar lo mejor de ti, pero siempre existe la posibilidad de que tengas un mal día, que te encuentres una pregunta que no preparaste, que plantees mal el comentario, que olvides un punto importante y que, en definitiva, el resultado no sea el que esperabas. Como consecuencia, se suspende, es decir, no se llega a publicar. Sin embargo, esto no debe considerarse una derrota, sino una experiencia más que servirá para hacerlo mejor la próxima vez.
Y para eso el papel del profesional es fundamental: del mismo modo que el profesor corrige los exámenes e indica al alumno en qué se ha equivocado, el editor o el agente analiza el manuscrito y hace sugerencias para mejorarlo. Quien quiera dedicarse a escribir debería meterse en la cabeza que una novela no solo es cosa de él mismo, sino que las valoraciones críticas de quienes entienden del tema resultan imprescindibles.
¿Leéis los apartados de agradecimientos de los libros? Muchos autores hacen mención al trabajo de la editorial, y no creo que siempre se haga por quedar bien. Me viene a la cabeza el caso de Carmen Pacheco, que en En el corazón del sueño dice que la novela es mucho mejor que en un principio por la ayuda de los editores. También recuerdo que su hermana Laura, que dibuja las divertidas tiras de Let's Pacheco!, comentó en una entrevista que le vino muy bien tener un editor ilustrador, ya que podía consultarle sus dudas.
En conclusión, formar parte de este mundo requiere ser capaz de dejar que otros opinen sobre tu creación, tanto los expertos (que te orientarán para pulir los fallos, un trámite indispensable) como los lectores (la última palabra siempre la tienen ellos). Alegar ante las críticas negativas que «todo es cuestión de gustos» es solo una forma de engañarse a uno mismo, puesto que hay aspectos que están por encima de los meras percepciones personales (afirmar lo contrario sería como admitir que la literatura es un caos). Menos humos y más receptividad, por favor.