Revista Comunicación

Aprender a prever para poder reaccionar mejor

Publicado el 20 marzo 2020 por Jmbolivar @jmbolivar

Aprender a prever para poder reaccionar mejorEste no es el post que estaba escrito y programado para publicarse hoy. En su lugar, lo que me pide el cuerpo es compartir algunas reflexiones provocadas por la situación actual en la que nos encontramos.

Como es lógico, los esfuerzos ahora deben centrarse en minimizar el impacto de la pandemia en todos sus frentes —además del sanitario— y en intentar encontrar una solución al problema más allá de la contención, sea esta una vacuna preventiva o un tratamiento curativo o, al menos, paliativo de los daños.

Sin embargo, creo que también hay que intentar aprovechar para aprender de lo que está pasando y qué mejor para ello que hacernos algunas preguntas.

La primera de todas ellas es ¿era esto evitable?

Probablemente no. El mundo globalizado en el que vivimos, con millones de personas moviéndose constantemente de un sitio a otro —tanto en sus zonas de residencia y trabajo habituales, como en su país o en otros— hace prácticamente imposible que cualquier enfermedad contagiosa con las características del COVID-19 no se convierta en pandemia.

Esto significa que lo que está pasando caería dentro de lo que Covey denominó círculo de preocupación.

La segunda pregunta es ¿podríamos haber estado en mejores condiciones para reaccionar ante la pandemia?

Con toda seguridad, sí. Muchas voces autorizadas llevan años alertando sobre la inminencia de algo como lo que está ocurriendo.

Esto significa que la forma de reaccionar ante lo inevitable cae en nuestro círculo de influencia.

A pesar de ello, los sistemas públicos de sanidad —los únicos capaces de afrontar con éxito este tipo de situaciones, como está quedando patente al margen de cualquier tipo de consideración política o ideológica— lejos de reforzarse, se han ido desmantelando progresivamente con la justificación de las últimas crisis económicas.

¿Cómo es posible que —disponiendo de toda la información sobre el riesgo real existente— nuestros comportamientos hayan sido justo lo contrario de lo que deberían haber sido?

Hay varios factores que contribuyen a la explicación de este sinsentido.

Por ejemplo, al ser humano le gusta mucho planificar, pero le da mucha pereza prever. Las razones están claras y ya las he explicado aquí.

Como la calidad de la reacción suele ser proporcional a la calidad de la previsión, cuando no se prevé —como ha ocurrido en este caso— se reacciona (mucho) peor que cuando sí se hace.

Son muchas las cosas que se podrían haber hecho distinto —y por distinto quiero decir mejor—, la mayoría de ellas con un coste humano y económico muy inferior al que va a conllevar esta falta de previsión.

Otra posible explicación es que uno de los principales problemas que tenemos los seres humanos es nuestra incompetencia estadística, que tan bien explica Daniel Kahneman en su conocido Pensar rápido, pensar despacio.

Sabíamos que esto iba a ocurrir —con toda probabilidad— antes o después. Solo ignorábamos cuándo ocurriría.

Un comportamiento reflexivo, resultante de un análisis racional de la información disponible, nos habría llevado a invertir mucho más en epidemiología, estrategias de contención, modelos matemáticos, infraestructuras sanitarias fácilmente convertibles, profesionales de la medicina con formación adecuada para abordar este tipo de situaciones excepcionales al margen de su especialidad, disponibilidad de material sanitario adecuado en la cantidad mínima necesaria…

Porque no es que haya aparecido un virus totalmente desconocido e inesperado con unas pautas de contagio por completo inusuales, unos efectos en la salud hasta ahora nunca vistos o que requieran de nuevos tratamientos médicos nunca antes probados.

En absoluto. Estamos ante un coronavirus más que tiene mucho en común con los demás patógenos conocidos que causan enfermedades respiratorias con posibilidad de complicaciones graves. Complicaciones que son además las habituales en enfermedades que afectan al sistema respiratorio y que se sabe que requieren aislamiento, respiración asistida, etc.

¿Y qué hemos hecho todos estos años en lugar de prever y anticipar lo que estaba por llegar? Reducir la infraestructura sanitaria que teníamos.

Una explicación más es que las políticas que producen resultados a largo plazo no generan réditos electorales en el corto plazo.

Por tanto, ¿para qué vas a invertir en algo que, con un poco de mala suerte, va a beneficiar a otro en lugar de beneficiarte a ti?

Parece probable que la miopía política global tenga mucho que ver también en que hayamos llegado a la situación en la que estamos.

Seguramente haya más factores, y mi intención no es hacer una lista completa de ellos. Tampoco lo es criticar a nadie. Creo que la mayoría de la gente actúa con buena intención y tiende a hacer lo que cree conveniente en cada momento. Otra cosa distinta es que lo que eligen hacer sea lo correcto.

Mi intención con este post es provocar una reflexión sobre la necesidad de aprender a pensar y a decidir en este mundo VUCA —y aún más en el mundo post-VUCA que nos espera—, por mucha pereza que dé y por mucho que nos cueste.

Tengo claro que lo que está pasando guarda una estrecha relación con el pensamiento irreflexivo y cortoplacista —todo tiene que ser fácil y todo tiene que ser ya— en el que se ha instalado la sociedad actual.

El coronavirus —u otra pandemia similar— era inevitable. Que fallezcan personas por la pandemia, también, pero ¿qué podría estar siendo distinto si hubiera habido un poquito más de previsión?

Si al menos conseguimos aprender que hay que prever más —¡ojo!, prever, no planificar— y levantar de vez en cuando la vista de la punta de nuestros zapatos para ver qué se aproxima por el futuro (¿alguien dijo calentamiento global?), este sufrimiento habrá servido para algo.

Cuídate, #QuedateEnCasa y cuídanos.


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