Anoche se estrenó ‘La Niña’, la nueva serie de Caracol Televisión que tiene el difícil reto de enfrentarse al estreno del Canal RCN: ‘Bloque de Búsqueda’, que trae el siempre atractivo componente de historias alrededor de la figura de Pablo Escobar, el criminal más famoso del mundo en la segunda mitad del Siglo XX y que todavía sigue siendo una sombra para los colombianos.
De entrada, cada canal nos dice sutilmente a qué le va a apostar ya no solo desde la información y la opinión editorial, sino desde la ficción en relación con el postconflicto. So pena de hacer una interpretación muy libre, RCN le ha apostado con esta serie a evocar las glorias de la Policía Nacional y en especial, del episodio que llevó a dar con el paradero de Escobar y su automática eliminación. Entre tanto, Caracol le apostó a contar otra historia, pero desde la perspectiva de las víctimas y –debo decir– de las víctimas menos vistas como tal: Los niños reclutados por los grupos ilegales.
Aún sin saber si dedicaré una hora diaria para ver entre alguna de estas dos alternativas de la señal abierta, si me inclino a hacer una reflexión sobre lo que esto puede significar para un segmento enorme de la población, no ese que tiene para decidir entre DirectTV, Netflix o un libro acompañado de café en Starbucks.
Por esta razón, y de cara a la coyuntura que nos asoma una posible firma de acuerdo de voluntades entre el Gobierno y uno de los más duros actores ilegales del conflicto, las Farc, creo más oportuno ver lo que nos plantea la serie ‘La Niña‘, de Caracol.
Una investigadora y narradora ofrece garantías
De entrada, que detrás de la estructura dramática esté alguien como Juana Uribe, con veteranía blindada en la investigación y construcción de historias que abordan el conflicto, es una prenda de garantía. De Juana recuerdo que sacó callos en estas temáticas desde que en las épocas de Tiempos Difíciles en Cenpro Televisión abordó las historias de los universitarios que bajo el programa Opción Colombia hacían prácticas en las entrañas de la provincia, una provincia que muchas veces estaba enredada en la manigua del olvido. Allí, los universitarios se encontraban de frente con Ejército, Policía, contrabandistas, guerrillas y paramilitares.
En entrevista a Juana con El Espectador, la guionista reveló que ‘La niña’ está inspirada en una historia totalmente verídica en la que las únicas licencias están relacionadas con la historia de amor de la protagonista. A manera de resumen, ‘La Niña’ es la historia de cómo una niña de tal vez unos 9 ó 10 años de edad se cambia por su hermanito menor que sufría de epilepsia en el momento en que la guerrilla llega a su finca con la orden de llevarse al niño. La menor es llevada, entrenada y adoctrinada para que delinca dentro este grupo ilegal y ya siendo adolescente es retenida de manera brutal por la fuerza pública y ahí obtiene la oportunidad para reintegrarse a la vida civil… Es ahí donde realmente empieza el nudo de la historia: ¿Cómo hacer para reinsertarse, cambiar de vida desde cero para hacerse un lugar en la sociedad? ¿Qué tipo de rechazos y señalamientos tiene que sortear de todos los que la juzgan para poder cumplir su sueño de estudiar y trabajar?
En el primer capítulo, la historia se vino con toda y da indicios de que no quiere ser políticamente correcta con la institucionalidad, ‘sacramentada’. La niña evoca sus miedos al saber que está vivo y la estará buscando un coronel del Ejército que la violó y que la dejó viva solo para que pudiera llevar el mensaje del miedo al resto de la célula guerrillera.
‘La Niña’ tiene ritmo, tal vez no tan frenético como el que podría esperarse de Bloque de Búsqueda, pero lo mejor es que su ritmo es superado por la sensación en el televidente de que transita por una historia real. Y ahí es donde entran los que para mí son los verdaderos desafíos de una serie como éstas en un tiempo como estos y con las polarizaciones de esta sociedad: Que más colombianos entiendan el duro camino que miles de nuestros niños han tenido que sufrir en la guerra.
Víctimas de una Colombia injusta
Cuando en la enorme Colombia rural, territorio de inequidades y falta de oportunidades, entran los actores armados, los niños y niñas tienen mínimo margen de maniobra y quedan a merced del primer grupo ilegal que se los lleve. En total indefensión, los niños no tienen más chance que aceptar ir. Muchos mueren en el camino, son desaparecidos y sus familias no vuelven a saber nada más de ellos la mayoría de las veces. Otros muchos son alineados a la fuerza con las condiciones leoninas de estos grupos alzados en armas y luego de someterse a toda clase de humillaciones, intimidaciones (les dicen que si escapan matarán a sus familias) y vejámenes sexuales, con convicción o sin ella son obligados a convertirse en máquinas para la guerra.
Cuando alguno logra escapar de este infierno con el fin de reintegrarse, si no muere en el intento, tiene que someterse a otra pesadilla: Entrar a un mundo desconocido, hostil, inseguro y que le rechaza por su pasado. Ahí comienza el drama de todos los que oyendo la publicidad estatal parecen encontrar esperanzas en un mundo ideal que supuestamente los recibirá con los brazos abiertos.
Pero al llegar a la ciudad, la sociedad, nosotros, los recibimos mal; los condenamos antes de oírlos. Por verlos ya grandes, olvidamos que la inmensa mayoría entró como niños y obligados; olvidamos que nunca pudieron tener la oportunidad de jugar con un balón porque ese ruido podría atraer al enemigo. Olvidamos que para sus familias ellos ya estaban enterrados en el mismo olvido.
En Colombia, con mucho facilismo nos hemos conformado con una imagen de buenos y malos en la guerra, pero la realidad es perversa y contradictoria. Aunque solo sean facciones, escuadrones de Ejército y Policía han coincidido política, moral y contractualmente con grupos paramilitares que han ocasionado episodios tan o más violentos que los de la misma guerrilla que ya de por sí ha sido consignataria de la maldad.
La reconciliación con los niños que vuelven de la guerra es una empresa titánica de construcción de respeto para toda la sociedad. Un camino nada fácil ya que los colombianos sentimos que se nos debe una gran reparación y de ver que los negociadores de las farc, en lugar de bajar la cabeza y pedir perdón, llegaron a La Habana con la cabeza erguida y en señal de sentirse y sentarse como pares del Gobierno. Técnicamente en una mesa de negociación, si son pares que se sientan con una disposición para resolver un conflicto, pero en la mente y en el corazón de millones de colombianos había una esperanza de ver un sometimiento inmediato del enemigo.
¿De qué estamos hechos como sociedad?
Por esas y muchas otras razones, la etapa post acuerdo nos plantea desafíos enormes porque el verdadero post conflicto no va a ser menos violento que nuestro presente, la diferencia estará en la migración del conflicto, en los lugares donde lo veremos; en los primeros rechazos cuando reinsertados con toda la buena fe ya no tengan un AK47 en sus manos sino una hoja de vida en Times New Roman de 12 puntos, casi vacía y donde la edad se contraste con la hoja en blanco, pero no limpia. El conflicto lo verán y padecerán los niños que llegando del monte entren a la escuela donde están mis hijos o sus hijos, amigo lector.
Debemos prepararnos, pero ojalá que no para impermeabilizarnos, sino para abrir el corazón y matizar lo suficiente como para entender que una cosa son los líderes guerrilleros que han sido narcotraficantes y beneficiarios de una pseudoaristocracia en camuflado y otra muy diferente, el miliciano raso que a esta horas come orugas para sobrevivir el acoso del Ejército que no le deja acercarse a víveres y que probablemente tiene solo 14 años de edad y ha sido secuestrado por un frente en su vereda. Ese niño va a tener que encarar otra guerra, la del desprecio en nuestras ciudades… O podría recibir un poco de compasión y esperanza. Está en nosotros decidir; está en nosotros definir si sacamos el monstruo de la venganza o si hacemos un esfuerzo para encontrar otros talentos en estos colombianos que también han sido víctimas de una guerra que no escogieron.
Por eso, si como decía el gran Jesús Martín-Barbero, el país y la realidad son entendidos en Latinoamérica a través del lente de la telenovela como relato de lo que somos, hoy millones de colombianos tenemos una opción de ir, poco a poco, enfrentándonos a una realidad que sentíamos lejana, “en el monte”. Con relatos ‘ficcionados’ como el de ‘La Niña’, quizá muchos hogares tengan la oportunidad de pensarlo en familia, quizá muchos otros niños sean capaces de explicarle a sus padres los duro que es crecer, y especialmente, crecer en soledad.
No nos enseñaron a perdonar, no nos enseñaron a pedir perdón, pero la paz no es solo destino, la paz es, también, camino.
PDTA: El rating de Bloque de Búsqueda fue de 8.1, mientras que el de La Niña fue de 13.7