Jugar es accionar en nuestro aprendizaje diario, accionando con los juegos aprendemos de manera prácticamente desapercibida la vitalidad de vivenciar las experiencias como prueba irrefutable de entender y comprender el experimento en que estamos inmersos. El juego nos obliga a hacer uso de nosotros como herramienta de construcción dando un papel preferente al cuerpo sobre nuestra mente, debido a que el juego como dicen los actores ingleses es acción, movimiento, creación de fórmulas y comprobar su utilidad. Estar metidos de lleno en un juego es tener los cinco sentidos abiertos de par a par a la escucha y el diálogo, nos da la confianza necesaria para conociendo nuestro físico empezar a romper las barreras del miedo y poder vencer poco a poco nuestra estructura rígida encadenada, esa misma que nuestra mente ha elaborado concienzudamente a lo largo de nuestra existencia y encargada de crearnos nuestros límites. Las acciones lúdicas son la llave que abren las puertas a la libertad de crear de expresar sin miedos aquello que deseamos, dado que en el juego y más aún en el juego escénico, las reglas no existen más allá de no hacerse daño uno mismo o al compañero. Facilitando el camino a la coherencia entre lo que digo y lo que hago, valor de Responsabilidad Social Corporativa, al ensalzar la acción sobre la palabra.
El coaching, entrenamiento o juego con recursos de ocio favorece la libertad total al ejecutante en sus acciones, consciente de ser una carta imprescindible en el juego si de lo que se trata es de tomar consciencia de quien somos a través de nuestro físico. Como dice la "Técnica Alexander: dejar de hacer para hacerlo distinto", en ese dejar de hacer juega un papel fundamental dar autonomía al cuerpo, empezar de a poco a romper los amarres del lastre mental y dejar que ande sólo, que experimente y que pruebe, claro está, la mente debe estar lo más "en blanco" posible, no es fácil ni tampoco difícil, tan sólo es cuestión de dejarse llevar por buenos profesionales, siendo así, nuestro cuerpo que para nosotros es un auténtico desconocido, él si nos conoce bien, es lo bastante sabio para saber diferenciar donde está el placer y dónde el sufrimiento. Nuestro cuerpo no es racional como la mente, es nuestra parte animal, el no se engaña, no se crea falsas historias con ilusiones utópicas. El lenguaje corporal es claro, conciso y totalmente directo, es tan libre que ni siquiera nuestra mente manipuladora es capaz de controlar.
Las acciones lúdicas son tan sumamente libres, tan flexibles que hasta los más reacios al juego por considerarlo algo totalmente inadecuado o impropio de la edad adulta, son enganchados en una espiral envolvente de diversión enfocada en aprender. El juego libera a nuestra cuerpo de la cadena casi perpetua a la que le atamos mentalmente y entonces corre y brinca sin parar haciendo caso omiso a la mente, la cual no le queda otro remedio que unirse para no quedarse sóla. Insisto no podemos olvidar que somos mente y cuerpo, muchísimo cuerpo con un diálogo incesante y enriquecedor.