Revista Espiritualidad

Aprendiendo a servir

Por Ktikaa @XKRedes
“Has aprendido a servir,has aprendido a amar,has aprendido a crear,has aprendido a vivir.”
Aprendiendo a servir
Cuando me hablan de contagio aparece en mi mente la palabra “enfermedad”. El bien-hacer por la humanidad no es una enfermedad, es un remedio. La enfermedad es ajena a nosotros, se propaga por medio de virus o microbios y, sin que la deseemos, nos invade. Cualquier remedio que tomemos en realidad no sana el mal, sino que
activa en nosotros las defensas naturales, que desde siempre forman parte de nuestro organismo. La mediocridad espiritual, el egoísmo, la crueldad salvaje, el cinismo explotador, la falta de conciencia, se han venido transmitiendo como una enfermedad desde los albores de la civilización. Estas características catastróficas se transmiten antes que nada por una errónea interpretación de textos religiosos de los que se extrae una moral que va en contra de los impulsos sexuales naturales, enseguida la sociedad, por basarse en la divinización del dinero, empaña la necesaria expansión de la conciencia y por fin la familia, aferrada a la repetición del pasado, inocula los límites espirituales a sus descendientes. 
Aprendiendo a servir
La mediocridad se contagia a través de todos los medios de comunicación. El ciudadano, infantilizado, vota por políticos que son marionetas de grupos económicos que acumulan riquezas sin preocuparse de dañar a la raza humana entera… La mediocridad es una enfermedad peligrosa: por su ceguera espiritual contribuye a la destrucción del planeta… Si cesamos de consumir lo innecesario, comenzaremos a sanar al mundo… Una minoría de cerebros que han luchado contra la psico-rigidez, dándose cuenta de la enfermedad que aqueja al mundo, de manera gratuita difunden semillas de conciencia entre quienes acceden a escucharlos. Marchan por el sendero de la santidad civil: son místicos, pero no religiosos. Saben que lo que dan, será beneficioso para los otros pero también para su descendencia. Sus enseñanzas no son virus, no se contagian. 
Aprendiendo a servir
Los individuos que se sienten infelices y presos en la cárcel de su ego, guiados por estos justos ejemplos, tendrán que comenzar desde su interior a luchar consigo mismos. La mediocridad es una enfermedad que el sistema económico transmite por todos los medios posibles. Es necesario que el individuo, para escapar de esta infección, abandone sus juegos infantiles, crueles y venenosos, se dé cuenta que el dinero que circula es su propio sudor y su propia sangre, y, asimilando las enseñanzas positivas se decida a convertirse en anti-cuerpo de la enfermedad social. La mejor vacuna contra el cinismo explotador es el amor. Paciencia: la peste abunda, la curación será lenta, pero será, porque en ello nos va la vida y el luminoso futuro de nuestra humanidad.
Aprendiendo a servir
En estos tiempos se habla continuamente de crisis, no sólo económica, sino también política, religiosa, educacional, etc. Como si llevaran un elefante sobre sus espaldas los ciudadanos tratan de encontrar la calma en actividades idiotizantes o auto-destructivas. Pueda este cuento sernos útil:
En aquel reino los asuntos iban de mal en peor. El dinero, en un proceso irreversible, como cadáver que se corrompe, devaluábase sin que solución alguna pudiera hacer resucitar su antiguo poder. Como si fueran conejos, los súbditos se multiplicaban llenando de hijos miserables el suelo agotado. El hambre aumentaba a la par que el descontento, y crecía la violencia. Las autoridadaes, incapaces de ayudar al pueblo -¿en esos momentos de naufragio, quién iba ayudar a otra cosa que a su propio bolsillo?- , aumentaban las fuerzas represivas, lo que ayudaba a convertir al reino en una caldera con paredes que tenían que ser engrosadas continuamente para que pudieran retener la explosión de un vapor de agua en continuo crecimiento… El Monarca, para solucionar los problemas del presente y retardar el inevitable y catastrófico futuro, trabajaba sin cesar. Llegaba rendido a su lecho y trataba de dormir con la esperanza de lograr un sueño reparador. ¡En vano! Cada madrugada, su pequeño hijo, a quien adoraba más que al sol, se levantaba y comenzaba a jugar dando esos cristalinos gritos con que las gargantas infantiles saludan el placer de un nuevo día. La reina, una devota mujer, comprendiendo cuan esencial era el descanso para su marido, interrumpía la alharaca del príncipe con susurros exagerados: “¡Por favor, mi niño, cállate!”. El rey se despertaba e inmediatamente la atroz realidad caía en su mente impidiéndole seguir durmiendo. Su mujer le dijo: “¡Perdóneme, señor, pero no logro hacerlo callar!”. El rey sonrió con amarga bondad: “¡Señora, en este reino donde todo es quejas y miseria, los gritos de felicidad no me perturban sino que me hacen descansar cual si fueran música. En cambio la voz de usted, tan llena de preocupación y severidad, me despierta porque no corresponde a la maravillosa alegría de un mundo que viene saliendo de la noche y entra al baño de luz del nuevo día como si la mañana fuera un bautizo!”… La reina dejó de preocuparse, el niño jugó cuanto quiso y el rey pudo dormir a pierna suelta.
La energía natural hay que encauzarla y no reprimirla.
Aprendiendo a servir

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