He escrito muchas veces sobre sueños. De toda clase. Sueños tan grandes que apenas nos atrevemos a nombrar en voz alta porque nos parecen una osadía siendo nosotros tan diminutos... Sueños que permanecen escritos en un papel de nuestra memoria desde siempre, desde que tenemos el primer recuerdo de la infancia. Algunos parecen inalcanzables, imposibles... Sueños prestados, sueños de esos que revisas detenidamente y te das cuenta de que ya te van pequeños, que se te quedan cortos y han perdido brillo...
Te ruborizan, te escandalizan. Soñar, esa necesidad que nos mueve y hace levantar imperiosamente de la poltrona y acabar cambiando el rumbo de nuestra vida. Aquello que nos hace capaces de hacer el ridículo y descubrir que lo ridículo sería no dar la cara por lo que crees y deseas con ansia.
Hay sueños a medida. Extraños como nosotros mismos. Dibujados a nuestra imagen y semejanza. Sueños trazados una tarde de insatisfacción con el único permiso de la lluvia y la necesidad de superar las horas con algo en el pecho que nos ayude a no desmoronarnos. Promesas a fuego hechas con nosotros mismos para superar el mareo. Sueños pasados por el tamiz de una mirada infantil, que con el paso de los días pierden brillo pero no ternura. Sueños contra todo. Contra la angustia, contra el recelo, contra miradas inquisitivas...
A veces no soñamos lo que realmente deseamos sino lo que creemos que deberíamos soñar. Lo que estaría bien poner en nuestro epitafio. Otras veces, parece que usemos nuestros sueños para vengarnos de la vida, para soltar la rabia acumulada y decirle al mundo que nos observa con ojos necios que podemos, que qué se ha creído, que ahí vamos...
Muchas veces soñamos para demostrarnos a nosotros mismos que somos capaces de conseguir algo que nadie nos ha dicho que nos estuviera vetado... Salvo nosotros mismos. Soñamos mal si no nos mueve la ilusión sino la desesperación, el desamparo, el miedo, la codicia...
Y muy a menudo, conseguimos lo que queremos, lo que buscamos y tanto anhelamos, si luchamos intensamente... Los sueños se alcanzan si pones empeño, es de manual...
Y luego, nada hay más desolador que agarrarse al un sueño desteñido, un sueño que al tocarlo se derrite, se desvanece. Lo miras y te das cuenta de que era cartón piedra, castillo de arena, espejismo esculpido en una tarde desesperada por demostrar que existes, que mereces, que puedes brillar... Un sueño ocre, rancio, desgastado, caduco... La vida es ironía pura.
A veces he tenido la sensación de que no hay sueño válido si desearlo no nos hace mejores, no nos hace vibrar y nos recuerda que, aunque no lo consigamos, nuestro camino ha sido útil, ha sido valioso. Ahora veo que no, que todo lo que nos astilla y revoluciona por dentro nos sirve, nos madura, nos sazona y pone en el punto de seguir adelante y no dejar de buscar.
He pensado mucho en los sueños. He vivido gracias a ellos y al aliento que proporcionan cuando todo alrededor se tiñe de negro. En lo necesarios que son y en como si nos obsesionamos con ellos podemos llegar a perder el norte y creer que sin ellos no somos, no valemos, no tiene sentido nada. Son sueños, material esencial de nuestra vida, sí, pero no solo ellos nos definen, nos definimos nosotros. Las ganas que le ponemos a la vida a pesar del cansancio y los obstáculos. El camino andado hasta tocarlos. El viaje para encontrarlos que culmina en nada pero que lo es todo.
Los sueños pueden cambiarse y modificarse. Puede redefinirse y acabar siendo totalmente indeseables... Y no por ello han sido inútiles, nos sirven de aprendizaje. A soñar también se aprende, como a vivir.
A veces, salimos en busca de la respuesta a un enigma y no la encontramos, pero por el camino topamos con grandes compañeros de viaje y válidas respuestas a otros acertijos que nos preocupaban. Ese era el fin de nuestro sueño. Un sueño que nació para no llevarse a cabo y hacernos pasar por una senda distinta que jamás hubiéramos pisado de no ser por él.
En ocasiones, debemos luchar contra la adversidad para superarla y otras la moraleja que nos reserva la vida es aprender a sobrellevarla. Hay quién no puede andar y acabará siendo el más rápido en la carrera y quién sin poder andar acabará asumiéndolo con asertividad y convirtiéndose en un gran escritor, de tanto observar... Hay quién cruzará el océano para llegar al otro lado del mundo y quién se quedará en orilla y aprenderá a pescar. Ninguno se equivoca.
A veces soñamos mal, creo. Aunque también me doy cuenta de que no importa. Tal vez soñar mal sea necesario. Tanto como soñar bien y no desistir e ilusionarse una y otra vez. No vale la pena dejarlo por más muros que te asalten y más sueños que se desvanezcan en tus manos. Lo dicho, a soñar también se aprende...
Fuente: Blog de Merce Roura.
C. Marco