Contra lo que algunos piensan, no nos encontramos ante una nueva película de Woody Allen, sino ante una de John Turturro en la que el director neoyorkino no es más que uno de los protagonistas. No obstante, como es lógico, la influencia de Woody Allen en la concepción de esta historia, su ritmo narrativo y la manera de rodar son bastante obvios, aunque no tan intensos como para que Aprendiz de gigoló constituya una inmensa decepción.
John Turturro es uno de esos actores-directores que saben moverse como pez en el agua en las corrientes no tan contradictorias del cine comercial y el de autor. Actor fetiche de los hermanos Coen y de Spike Lee, Turturro ha compaginado trabajos tan prestigiosos con papeles en cintas tan comerciales como Daño colateral o Transformes, sin que su prestigio se haya visto jamás disminuido por ello. En esta ocasión ha querido hacer realidad un viejo proyecto que entusiasmó a Woody Allen cuando le habló de él en su día. Y es que Aprendiz de gigoló parte de una idea llena de posibilidades, pero que que van disolviéndose minuto tras minuto como un azucarillo en el café. La premisa es sencilla: trata de dos viejos amigos con problemas de dinero. A uno de ellos, Murray (Allen) su dermatóloga le comenta un día que está deseando realizar un menage a trois con su mejor amiga y le encarga indagar si conoce a alguien del sexo masculino que se preste a hacer realidad su fantasía. Aceptando que este punto de partida es tan fantasioso como los pensamientos de la dermatóloga, digamos que a Murray se le ocurre que su amigo es lo suficientemente atractivo y experimentado como para ser el elegido. Y no solo eso: podrían matar dos pájaros de un tiro si él se convierte en el proxeneta oficial de Fioravante (Turturro).
A partir de aquí la película es un quiero y no puedo. Si salvamos alguna frase afortunada de Murray, una historia que podría ser festiva y estimulante se convierte en un auténtico aburrimiento que no es capaz de transmitir gran cosa. Si lo que se pretendía era reivindicar a un tipo de hombre alejado del esterotipado galán, no es el personaje de Turturro el más indicado para hacerlo. Se trata de un hombre lacónico y poco decidido, que no parece vivir en este mundo. El director-actor pretende usar el lenguaje visual, el lenguaje de las miradas para transmitir los sentimientos de Fioravante, pero naufraga en el intento. Respecto al resto del reparto, Sharon Stone y Sofía Vergara se limitan a reir y a enseñar carne y Vanessa Paradis compone un personaje absolutamente inexpresivo y absurdo, aunque, ahora que lo pienso, resulta ser una ideal media naranja para Fioravante. Una pequeña decepción esta colaboración entre dos de los mejores nombres del cine actual.