En fin, con semejante curriculum, ¿debo confesar que
nunca llegué a saber qué fue lo que debí ser?
Pero existir, existí. Y tan contento.
Ibídem
Mientras jugué a aprendiz de alumno interno, con sus luces y sus sombras, me adentré en otras ramas del saber, con el mismo éxito, o peor. Quise ser aprendiz de brujo, pero cada vez que le lanzaba un maleficio a mi Sor particular, la veía aparecer por los pasillos más rozagante y coloradota que nunca, rebosando salud por toda su entelada humanidad y haciendo pendular el rosario que colgaba de su cintura. Las ancas de ranas, rabos de lagartija y dientes de murciélago, eran muy difíciles de conseguir y, a lo que se ve, poco efectivos en mis manos. Las maldiciones tampoco tenían el efecto deseado, por lo que empecé a sospechar que algo de sangre gitana corría por mis venas, por aquello de: maldición de gitano no llega al cielo. No descarto la posibilidad, de hecho la contemplo como primera opción, de que mi enemiga íntima fuera bruja cinturón negro y séptimo dan, e hiciera fracasar todos mis sortilegios con su maléfico poder.
Hice dos intentos de aprender a ser “enamorado”. En el primero, pasé directamente a viudo, sin hacer escala en los estados intermedios. Y el segundo, estuvo condenado al fracaso desde el primer intento, pues faltó buena intención, motivación y predisposición y salvo un beso y una carta, que ignoro en que manos aterrizó (la carta, que el beso lo deposité yo castamente en una sonrosada mejilla), no me presenté a ningún otro examen en esa época, por lo que la calificación fue la de: suspendido por incomparecencia. Hubo un tercero y alguno más, pocos, pero en otro punto del tiempo y del espacio y aprobé con sobresaliente, en uno de ellos, pero aquí sólo hablo de fracasos o de vanos intentos.
También intenté abrirme camino en el mundo del deporte. Aquí si fue constante aunque difuso. Lo intenté con los pies, con las manos, con herramientas, de modo colectivo, individual y hasta por parejas, obteniendo siempre el mismo resultado: inútil total. Este era otro de los múltiples caminos por los que Dios no me había llamado. Y van…
De regreso al mundo exterior, empecé a tomar clases de estafador de sala de billar. La primera lección consistía en que un individuo de avanzada edad y mirada equívoca, apostaba a cual de las dos parejas de amigos que estaban jugando al futbolín ganaba la partida. La “ingeniosa” estafa era que siempre ganaba la pareja por la que el “pardillo” no había apostado, y al final de la noche, nos repartíamos los duros a partes iguales entre los cuatro. Claro que luego de varias miradas a cierta parte de nuestros, por aquel entonces, ajustados pantalones, caí en la cuenta de que el verdadero oficio que este maestro pretendía enseñarnos era el de chapero, y la verdad, ni la paga era tanta, ni el maestro reunía los suficientes alicientes, de manera que de nuevo suspendí por falta de interés. Aquí podría hacer una disertación sobre lo macho que soy, y que por ahí ni el bigote de una gamba y esas cosas que se suelen decir, pero lo cierto es que noto cierto desasosiego pensando en que si la paga hubiera sido lo suficientemente importante y el maestro lo bastante atractivo, o quizás sólo una de las dos condiciones, a lo mejor, como mínimo estaba yo ahora defendiendo las ventajas de la bisexualidad, así que caminemos con prudencia y en voz baja por estos pagos y a otra cosa, mariposa. Y no va con segundas lo de mariposa.
Otro oficio a cuyo aprendizaje dediqué mucho tiempo y bastante esfuerzo, fue al de “mejor amigo”. Cambié de mentor en varias ocasiones, pero con uno de ellos estudié durante casi veinte años y cuando pensé obtener yo mismo el título de maestro, suspendí estrepitosamente y sin ganas de volver a retomar los estudios, por lo que a partir de entonces, me limité a ejercer el oficio de amigo, sin adjetivar, creo que con cierta pericia, aunque me esté mal el decirlo, y me he dado cuenta de que, si no puedes ser ebanista de una sola empresa, no importa, puedes ser igual de feliz siendo un buen carpintero para muchas.
Estos son algunos de los oficios que intenté aprender y que no conseguí. Me he dejado otros en el tintero, pero tampoco veo la necesidad de regodearse en el infortunio.
Para que no parezca esto un revolcarse en el fango con autocomplacencia, diré que aprendí otros muchos oficios que luego ejercí y algunos continúo ejerciendo con desigual acierto, pero buena intención. A lo mejor un día hablo de ellos, aunque seguramente va a ser que no.