Depósito de gas en Vinaroz Me molesta mucho tener que volver siempre al mismo sitio: Aristóteles: el hombre es un "zoon politikon", un animal político, o sea que “velis nolis”, lo quiera o no, tiene que vivir en sociedad, de tal modo que el hombre que no es social, que no es político, o es un dios o es una bestia. Y para que este animal sociopolítico no se comporte como una auténtica bestia no hubo más remedio que inventar el Derecho, la puñetera ley, algo tan detestable que obligó a los primeros que trataron sobre ella a dictaminar ni más ni menos que “dura lex, sed lex”, la ley es dura, muy dura, pero es la ley. Y la ley, la ley penal, que seguramente es la 1ª que se promulgó como tal, no tuvo más remedio que agarrarse, para ello, al concepto de peligrosidad social. Pero ¿qué es esto de la peligrosidad social? Así, a bote pronto, la capacidad que tiene un individuo de hacer daño a la sociedad. Y, en este sentido, no hubo más remedio que establecer una jerarquía entre los valores sociales, distinguiéndose entre aquellos actos que atentaban directamente contra la vida, el bien esencial de que dispone el hombre, y otra serie de ellos entre los que, en el colmo de la finura legislativa, los que dirigen estas asquerosas sociedades llegaron a proteger no sólo la integridad física sino también ¿la espiritual? Así que, de pronto, el hombre se encontró con que no sólo tenía que respetar el puro físico de los otros sino también su condenada apariencia. Pero las apariencias engañan, dice un refrán. Y lo que más engaña en el mundo son los vestidos, los trajes, hasta el punto de que podría decirse dime como te vistes y te diré quién eres. De modo que si yo voy bien vestido merezco mucha más protección que si visto harapos. De modo que yo, ahora, aquí, tengo que tener mucho cuidado porque contra quien voy a escribir viste siempre traje oscuro, camisa blanca o azul claro y lleva corbata. Y esto le concede el derecho, penal, desde luego, no ya de querellarse por injurias sino ese otro mucho más terrible que él y sus amigos han promulgado para proteger su ¡¡honor!!, la ley de protección del derecho al honor, a la intimidad personal y a la propia imagen. Porque lo que yo quería hacer, aquí y ahora, era tan sólo preguntar: ¿quién evidencia más peligrosidad social, el que atenta contra mi bolsillo o el que lo hace contra mi vida, el que, presuntamente, eh, presuntamente, eh, se lleva 40 millones por las buenas o el que consigue que ese Estado del que él, y algunos otros, son los dueños, ¿amos?, le regale unas enormes cuevas subterráneas para almacenar ingentes cantidades de gas, para cuyo almacenamiento no pueden construirse, en superficie, los contenedores necesarios por lo que, “como somos los dueños del cortijo no sólo a lo ancho y a lo largo sino también “ad inferos”, o sea, a lo profundo, que a mí se me haya acabado ya el terreno para construir todo lo que se me antoje, aunque sea en el propio centro del país, en zonas urbanas que nadie nunca se hubiera atrevido a considerar edificables, tengo que echar mano ahora del puñetero subsuelo para lo que solicito y obtengo la correspondiente concesión administrativa poniendo, además, sumo cuidado en que se establezca una cláusula penal indemnizatoria de millones de euros para el caso de que la concesión que se me hace se rescinda, de manera que me llenen hasta reventar las arcas de mi hacienda”. Pero esto, que ha promovido una serie de importantes terremotos en casi la mitad de España, poniendo en riesgo las vidas y las viviendas de sus habitantes, no es, en modo alguno, importante para los jueces y fiscales del país, lo importante, lo extraordinaria, lo insuperablemente importante es que tres o cuatro entidades deportivas se pongan de acuerdo sobre el traspaso de un jugador, allá en Brasil, en contra de los intereses del mismo señor que ha cogido el subsuelo de nuestro país para hacer el más seguro de todos los negocios del mundo, ya que si conseguía que el suelo no temblara lo suficiente para que el Estado, o sea, él mismo, se vea obligado a rescindir la concesión administrativa para almacenar todo el gas del mundo en nuestro subsuelo, le aseguraba una indemnización de muchos miles de millones de euros. Pues, bien, atendiendo al concepto de peligrosidad social, los jueces y fiscales españoles han decidido, por ahora, que es mucho más peligroso ese tipo que se dedica a hacer contratos no lo suficientemente explícitos en Brasil que éste otro que hace lo que quiere en el suelo, la superficie y el subsuelo del país, porque éste, al fin y al cabo, es suyo y él con lo suyo hace lo que le dé la gana, incluso destruirlo porque para él eso de la función social de la propiedad, aunque sea pública, son pamplinas. Y así se hizo, de modo que cuando los terremotos en la zona costera de la España mediterránea comenzaron a sucederse con una frecuencia aterradora y una intensidad que iba en peligroso “crescendo” yo le dije a ese Estado que en realidad es sobre todo mío, “mucho cuidado amigos que si me anuláis la concesión para que meta en el subsuelo de nuestro Mediterráneo todo el gas natural del mundo, sentando así las bases para mi enriquecimiento infinito, tendréis que indemnizarme también infinitamente". Y es que estos fascistas siguen fieles a aquel viejo concepto de la propiedad prefeudal que la entendía como “ius utendi, fruendi atque abutendi re sua”, o sea el derecho de usar, disfrutar y ABUSAR de su cosa, o sea que, como España es suya, no sólo puede usar y disfrutar de ella sino también abusar lo que implica lógicamente el derecho de destruirla aunque sea pasando por encima de los cadáveres de los millones de ciudadanos que viven en la costa mediterránea.