Llevo un mes de julio un tanto atípico, no voy a entrar en detalles. Estoy deseando que acabe y pasar página, arrancarle la hoja al calendario en mi cabeza. Confieso también que no soy una amante de esta estación, porque el calor me hace pupa y no se puede vivir 24 horas pegada al aire acondicionado.
El verano es la estación del desierto. Dejas de ver o de saber de la gente, y en general, eso es buena señal, porque están disfrutando de sus vacaciones, o simplemente están en modo off, ese en el que no se me da bien ponerme nunca.
Aún no he visto el mar y lo estoy deseando. El verano en el asfalto, aún con piscina día sí y día también, es duro. No soy especialmente playera, pero sí soy de mar. Me da una quietud inmensa contemplarlo, es medicina para el alma. Lo de estar tumbada al sol no me gusta, lo aguanto poco y mal, pero el mar, el sonido de las olas romperse, contemplar la línea del horizonte que separa el azul del agua del azul del cielo es un placer magno.
Creo que mis hijas podrían vivir en un eterno verano, con o sin mar, en el asfalto o fuera de él. La mayor nada con soltura, pero soy una madre controladora, de esas que prohíben atravesar la línea roja de la piscina. A ella le gusta retarme, el otro día se saltó mi prohibición. También se tira a la piscina cinco minutos antes de que nos la cierren, pero es lo suyo. Lo impropio sería que me tirase yo.
Lo cierto es que hoy mismo se me ocurrían varios temas sesudos para un post, pero se están derritiendo en mi cabeza, como el helado de chocolate con trocitos de cacao que estoy disfrutando se derrite en mi boca. Estoy en modo estival, descomplicado. Dejo pues mis reflexiones para septiembre. Felices vacaciones.