Revista Opinión

Apuntes para un proyecto de novela – 8

Publicado el 29 enero 2013 por Pelearocorrer @pelearocorrer

Nos enseñan desde muy pequeños a mantener en el abismo del anonimato todo lo que pertenezca a nuestra vida privada. Lo privado no cabe en la frenética cruzada de la vida pública y la vida pública debe ser siniestramente igual para todos. Todos tenemos que ser iguales para poder ser tratados bajo el estándar de la normalidad. Ser iguales significa pertenecer a la intransigencia de las estadísticas, significa figurar sin que nadie nos haya pedido permiso para ello. La igualdad es una trampa tendida para eliminar aquello por lo que somos diferentes; el trabajo nos hace iguales y por lo tanto el que no trabaja está traicionando un principio de igualdad del que nunca se le pidió consentimiento. Ser arrojado a la vida significa tener que aceptar los principios tácitos que la rigen, así se espera que un nuevo ser humano se adapte sin dobleces a la estructura, dando por hecho que la estructura es la única posible cuando lo cierto es que la estructura es al menos disfuncional. La estructura está organizada en torno al dinero y tratar de buscar una alternativa supone estar fuera del juego: supone ser diferente, el que es diferente no cuenta para las estadísticas, el que es diferente está de espaldas a la mayoría y sufrirá siempre la condena de verse expuesto, el que es igual es invisible. Llegamos a la paradoja: solo cuentan aquellos que son invisibles, que no existen. La mayoría no debe existir, la mayoría debe ser una masa anónima. En el ámbito de lo humano las teorías han de construirse a posteriori, primero viene la experiencia: levantarse de madrugada, acudir a la oficina; luego viene la construcción mental, interpretar el hecho. Los hechos, esa huidiza amalgama de vaguedades.


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