(Publicado en "Ímpetu" el uno de enero de 1939)
Al lector coaccionado de antiguo por una política de tipo antimarítimo, le será difícil comprender el arduo y heroico papel que el destino reservaba a la Marina leal en el drama español. De antes pensaban los conjurados otorgarle una misión de gran importancia.
El curso de la Escuela de Guerra Naval terminó poco antes de estallar la sublevación militar. Tomaban parte en él algunos oficiales y jefes de Marinas extranjeras. La Escuadra iba a efectuar maniobras. Cuando todos los alumnos estaban preparando sus equipajes para embarcar, llegó una orden: "Los marinos extranjeros no podrán asistir a las maniobras." ¿Por qué? se preguntaron ellos, ¡Si hasta la celosa Albión lo permite! Algunos se acercaron al jefe del Estado Mayor Centra1 de la Armada "No, no podrán asistir ustedes a las maniobras." Quedaron perplejos ante una negativa tan categórica.
Pronto iba a desvelárseles la dramática razón que les ponía el veto para ir bordo. La oficialidad comprometida quería estar a solas para organizar su sublevación aprovechando la concentración de la Escuadra con motivo de las maniobras.
Precipitáronse los acontecimientos en la forma conocida. El grito lanzado en África en la tarde del 17 de Julio repercutió dolorosamente en los corazones leales. Los rebeldes aprovechaban algunos destructores para el transporte de tropas a la Península. Otras unidades estaban en la base de Ferrol. Alguna frente a las costas lusitanas, en camino hacia el Sur. Las tripulaciones ignoraban la sublevación. La República carecía virtualmente de Armada. Para la República era preciso tomar la Flota. La radio funcionó incesantemente desde Madrid para localizar a las distintas unidades. Las dotaciones, enteradas de la rebelión, se hicieron dueñas de casi todos los barcos. Alguno, como el "Almirante Cervera" estuvo pocas horas en manos de la marinería. Encerrado en la ría ferrolana, amenazado por las baterías de tierra y la aviación, hubo de rendirse. Los otros, incorporados de nuevo a la bandera republicana, hicieron rumbo hacia los puertos leales. EI primer episodio, el más difícil, el de la toma de la Escuadra, estaba terminado.
Siguió después el periodo que podemos llamar de reorganización de la Armada. Mermados considerablemente los cuadros de Mando por la defección o el castigo de quienes los constituían, se hacía preciso reorganizarlos para dotar de eficacia a los buques. Había que crear una oficialidad enlazada en la marinería por lazos de la más severa disciplina. Surgió entonces la Escuela Naval (1), y los hombres de ella salidos, sumados los jefes y oficiales que no habían querido hacer el papel triste de agregados a la traición, reorganizaron en pocos meses los servicios a sus órdenes. El ministerio de Defensa Nacional elaboró el esquema de una organización sometida una disciplina de hierro, que nace no del temor, sino del mutuo afecto de la comprensión por cada uno de cuál es su deber para con España, de cómo por modesto o insignificante que parezca ese deber, España le necesita apremiantemente.
A esto sigue, y se perfecciona con creciente eficacia en nuestros días, el período de la Marina organizada. Para el público destacan dos hechos de importancia: el hundimiento del "Baleares" y el paso del Estrecho por el "José Luis Diez". Para el técnico, los dos acontecimientos tienen un relieve mucho mayor que el que pueda darles el hombre ajeno a la táctica de la guerra naval. El "Lepanto” incorpora una página nueva a la historia de la Marina al destruir con un torpedo una unidad infinitamente más poderosa que él. Las unidades grandes es lo que más temen, el ataque del torpedo
El destructor se lo juega todo. Cuando los destructores despliegan para llegar a un ataque, saben que antes de colocarse en la posición de lanzamiento les barrerá la artillería media y gruesa del enemigo. Es tan cierto esto, que en el anecdotario naval se recuerda la frase del jefe de una de las divisiones de destructores, en la batalla de Jutlandia, al recibir la orden del almirante Jellicoe para lanzarse sobre la flota alemana: "Y ahora, ¿a dónde vamos, mi comandante?, le preguntó su segundo, "Al cielo derechos, no le quepa a usted duda", respondió impávido el comandante.
La hazaña de la Flota leal al pelear en condiciones de notoria inferioridad con la enemiga, destruirle su unidad más poderosa es la mejor confirmación de la disciplina, del conocimiento y del valor de nuestros marinos.
Finalmente, la fría audacia y la serenidad con que el “José Luis Díez", pobre barquito sin protección, débilmente artillado, salvó el círculo de hierro del enemigo, confirman el denuedo y la pericia de la Flota republicana frente la impotencia y la mala técnica del enemigo.
Y aún hay que mencionar otra labor, casi totalmente desconocida para el público, la protección de convoyes. Páginas novelescas románticas de todas las unidades de la Escuadra, pero muy en particular de esos valientes guardacostas que a diario salvan los cargamentos destinados la España leal.
(1) La Escuela Naval Popular comenzó a funcionar en diciembre de 1937.