No sé cómo se apura algo intangible como el ánimo, pero es la imagen que mejor describe la sensación que me embarga cuando experimento que una etapa se agota y otra no acaba de presentarse en el horizonte. Y no me refiero sólo a la situación política que vivimos en la actualidad, sino al momento emocional en que me hallo. Siento que atravieso un período de cambios ineludibles del que ignoro qué me deparará mañana. El vértigo que me produce este remolino de sensaciones incontrolables sólo puedo afrontarlo exprimiendo el ánimo del que hasta ahora he hecho gala: el de un optimismo con el que hacer frente al pesimismo fatalista. Confiar siempre en que todo saldrá bien y dejar caer en el olvido lo que no pudo ser. Por eso, en estos momentos tan delicados para mí y para el país, apuro el ánimo, imaginando que finalmente se impondrá la racionalidad en lo que vaya a suceder, en beneficio de todos, y en la relativa benignidad en el acontecer de mi futuro próximo. No lo puedo remediar, soy así de tonto.