La recién estrenada película de DC, Aquaman, según muchos, es el mejor filme de la competencia directa de Marvel. La obra cinematográfica se presenta con una vieja fórmula que ya los antiguos griegos la practicaban en otro contexto y cultura, pero que está claro que funciona a la perfección. Sin duda que la película busca atrapar al espectador y lo hace de una manera honesta y clara, sin rodeos ni subterfugios narrativos. Ocupa sin ningún eufemismo el tan vilipendiado cliché.
En la antigua Grecia el público (audiencia) solía repartirse el plato al asistir al teatro a ver la misma pieza y disfrutar de obras que terminaron siendo emblemáticas en la cultura occidental. Edipo Rey, Antígona, Medea o Las Euménides, tenían algo que atraía a las masas, a pesar de ser obras que nos contaban sobre el dolor, la soledad, el destino aciago o la muerte, respondían a una misteriosa necesidad intrínseca del Ser humano, la de revivir ciertos hechos una y otra vez para experimentar una suerte de catarsis que, si bien es individual, subliminalmente al mismo tiempo es colectiva.
Los tiempos han cambiado, la cultura es diferente, pero el ser humano mantiene sus remotas inclinaciones. Si la audiencia griega veía por ejemplo hasta el cansancio la conocida pieza teatral de Sófocles, Edipo Rey, al punto de sabérsela de memoria, era porque quería revivir lo consabido, quería re experimentar lo que alguna vez le causó placer, dolor, miedo, felicidad, etc. En otras palabras, aprendió a saborear el misterioso aroma del cliché. Aquaman, la flamante película de James Wan, recurre a este viejo truco para cautivar audiencias y lo hace a la perfección.
En estos tiempos ya no es necesario ver constantemente una película, primero porque el ejercicio de ir a la sala oscura a re experimentar lo vivido ha quedado en el pasado (exceptuando alguna moda friki pasajera). Segundo porque ver una y otra vez el film es pan de cada día, aunque sea en experiencias fragmentadas y efímeras. Pero el punto más importante es que la vieja fórmula ya no consiste en un rito social como el de los griegos, pues la obra refiere arquetípicamente el cliché. Esto implica que gran parte de la trama se hace predecible porque el placer justamente confluye ahí.
El film de Wan no escatima esfuerzo para hacer que nuestro viaje hacia el fondo del mar sea placentero. Todo los que esperamos durante el metraje se va a cumplir con creces. Desde el comienzo empezamos a anhelar como espectador todo lo que va a pasarle al superhéroe. Pero no solo eso, cuando la reina y madre de Aquaman conoce al farolero, queremos que las cosas fluyan de una sola manera pues comenzamos inconscientemente a revivir arquetipos de historias que ya conocemos. Y es que por lo mismo no necesitamos sabernos de memoria esta película porque de todas maneras ya la conocemos.
Cada subtrama de Aquaman está sazonada con ese sabor misterioso del cliché, no nos sorprende, pero nos emociona. En todas ellas sabemos lo que va a pasar, y sin embargo, nos cautiva porque queremos que nuestros deseos más profundos se cumplan en esos personajes arquetípicos que jamás podríamos llegar a ser.
Todo esto acompañado de un gran escenario también cliché, La Atlántida, esplendorosa, misteriosa, escondida en el fondo del alma humana. Nos sumergimos en ella junto con nuestro héroe legendario para salvarla, para dejarla inasible en las honduras de ese océano de nuestra conciencia colectiva para después zambullirnos en una catarsis que nos aleja, al menos por un rato, de la dura realidad que nos espera cada día fuera de la pantalla.