Revista Comunicación
El 17 de enero de 1966, un avión B-52 estadounidense cargado con armas nucleares chocaba, mientras repostaba en el aire, con el avión nodriza que le suministraba el combustible. En el momento del accidente, sobrevolaban la localidad almeriense de Palomares. Cuatro bombas nucleares cayeron al mar sin estallar, contaminando una amplia zona con los restos de materiales radiactivos. Tras el grave accidente, Manuel Fraga, a la sazón, Ministro de Información y Turismo quien ponía el veto a Serrat y mandaba a Massiel al Festival de Eurovisión, se bañaba en aquellas aguas junto al embajador norteamericano, para demostrar al mundo y a la población local, que el mar no estaba contaminado y que no había peligro alguno para la salud.
“No era peligroso bañarse en el mar –recuerda Francisco Castejón, portavoz de campañas antinucleares de Ecologistas en Acción– porque no estaba contaminado; lo radiactivo hubiera sido rebozarse en la tierra, donde cayó el plutonio y de donde el Gobierno estadounidense sacó 5.000 bidones de material radiactivo”. Cuarenta y cuatro años después, explica Castejón, parte de la contaminación sigue ahí “acotada en un área de sesenta hectáreas que ninguna Administración ha sido capaz de solucionar”. Para vallar toda la zona contaminada, se han ido expropiando fincas y terrenos por valor de doce millones de euros, la mitad de lo que costaría limpiar la zona “definitivamente”. Por ello, Ecologistas en Acción exige al Gobierno que se implique de una vez. Exige que se forme una comisión interministerial para coordinar los trabajos de limpieza. Y demanda al Gobierno de los Estados Unidos que colabore en la descontaminación de la zona y se lleve el material radioactivo que todavía queda en Palomares.
Dos de las bombas chocaron contra el suelo, explosionando su carga convencional y liberando su contenido radiactivo, compuesto por plutonio y americio. Se creó una nube radiactiva que se esparció sobre unas 226 hectáreas de terreno. De las otras dos que cayeron con el paracaídas abierto, una fue encontrada presuntamente intacta en el lecho de un río seco; la otra fue a parar al mar. Las tres bombas que cayeron en tierra fueron localizadas en cuestión de horas, pero tardaron cerca de 80 días para localizar la perdida en el mar, apareciendo finalmente a 5 millas de la costa.
“Nuestra población ha sufrido muchísimo –declara hoy Jesús Caicedo, alcalde de Cuevas de Almanzora, del que depende Palomares–. La historia no se puede borrar, pero hay que darle la vuelta para que lo que hasta ahora ha sido malo sea bueno”. Y decide sacar tajada del accidente y de las bombas, impulsando la construcción de un museo y un parque temático nuclear. El proyecto prevé construir, antes del 2012, un museo que recoja el suceso, réplicas de los artefactos y de los aviones accidentados. El alcalde pidió a Estados Unidos, hace unos meses, la desclasificación de fotografías y vídeos”. Pero los norteamericanos aún no han explicado con claridad que hacían aquellos aviones de USA volando los cielos de Palomares, ni el motivo por el cual transportaba las bombas, ni qué objetivo tenían, ni nada de aquel misterioso accidente.
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