Aquella noche fue verdad. En tus ojos podía ver destellos de luz, de aventura y autenticidad. Con tus manos me contaste que no existen días malos, ni batallas perdidas. Entre tu pecho oí estallar al león que llevas dentro. Vi reflejado en ti al animal salvaje del que todos provenimos. Te vi natural, libre. Pediste auxilio a través de tus besos, que me recorrían entera, que reunían el coraje que antes no habían tenido. Con la cabeza a pájaros vimos volar lo que no intuíamos que pasaría. Cuando cruzamos la mirada, sabíamos que algo ocurría, que algo teníamos que hacer con lo que teníamos guardado. Simplemente explotamos, naufragamos a la deriva de un amor escondido durante años. ¿Y qué fue de nosotros después de aquello? ¿Qué queda a día de hoy?
Solo un recuerdo pesado en la memoria. El mismo que siempre antes de dormir repaso una y otra vez. ¿Cómo es que siempre la verdad pierde ante los sentimientos? Volvería a luchar, a sentirme en la torre de mis emociones y aclarar las cosas con la vista desde arriba, bien altiva. Aunque no sé a quién quiero engañar, porque tu autenticidad solo duró una noche, y la mía sigue durando desde ese día. Tengo que aceptar que la verdad puede durar lo que dure una noche, y que a la mañana siguiente, quizás, todo haya desaparecido.