Inolvidables son las felices excursiones exploratorias de mis tiempos infantiles, con mi primo Paco al frente de la pandilla de la calle de San Juan. Íbamos hasta Viñalta, por la parva del Ramalillo de La Ría, para ver pasar las barcazas por las compuertas; al cerro de San Juanillo, para coger el cristal de bruja; al Cuérnago, para buscar a los pájaros atrapados por la liga y a renacuajos y morucas para los cebos; al puente alto del Canal, al de don Guarín y al Pico del Tesoro; a las Eras de San Román, para mangar fruta y ver bañarse a las chicas; y hasta cerca de la Boquilla del Monte, para coger las uvas en los majuelos de Junco donde, un tardío, cuando ya tenían las uvas para comerlas, nos metimos en ellos.
Paco, que tenía ganas de giñar, se puso a hacerlo. Nos guipó el guarda y empezó a correr tras nosotros. A Paco no le dio tiempo a ponerse los pantalones, le echó mano, le metió en la cabaña y le dijo: De aquí no sales, hasta que vengan a buscarte. Los demás bajamos corriendo por la Boquilla y casi tiramos a dos hacejeros. Después seguimos corriendo por la parva de la Ría. Cuando llegamos a la calle nos dimos cuenta que Paco no estaba. Pasó bastante tiempo. Ya oscurecía y no llegaba. Mis amigos me dijeron que se lo contara a mi tía. Ya iba a hacerlo cuando llegó, dando grandes langadas, con heridas y bojas en las manos, que le uslaban mucho y nos contó lo que le había pasado. Cuando vió, por una rendija de la cabaña, que se había marchado el carapijo del guarda y había cerrado la puerta con una tranca, empezó a romper el techo, que era de ramas, hasta que abrió un hueco, por donde salió. Por eso tenía heridas en las manos. Recuerdo que me dijo:
- No digas nada a mi madre. ¿Me lo prometes?
- ¡Prometido!
Por eso, cuando veíamos al guarda en la Bodeguilla de Junco, desaparecíamos de la calle. Paco el primero.
También jugábamos en el campo de José Antonio, que estaba por la Electrolisis, y los soldados, que estaban con los caballos, nos daban algarrobas. Pero, sobre todo, recuerdo al Sotillo de la merienda por la romería de San Marcos y de los felices baños -primero en El Brasero, coritos, después en la presa: En La Primera Escalerilla, donde mi primo Paco, mayor que nosotros, nos enseñaba a nadar; en el Trampolín, la Segunda Escalerilla, el Estacón y la Bomba, donde se bañaban los mayores. Yo estrené allí un taparrabos azul marino, que mi hermana Beni me regaló, traído de Madrid. Especialmente recuerdo a Puentecillas, cuando íbamos a ver los fuegos artificiales por San Antolín y con nuestras madres a lavar la lana de los colchones.
Siempre nos sentábamos, para descansar, en el Bolo de la Paciencia, detrás de la catedral, junto a la panadería del señor Atilano, que todos los días llevaba el pan a la calle y nos dejaba el carro y el caballo para llevar la lana. La lavaban y después tendían en las praderinas junto al acceso del camino al Sotillo. Nosotros lanzábamos basnonas, para intentar atravesar el río con ellas y rustrábamos sobre él cuando, en invierno, estaba helado. Por la tarde merendábamos y jugábamos entre los árboles del Sotillo, después de darnos un buen chapuzón en la pesquera. Cuando la lana estaba seca, la metían en sacos limpios y al atardecer, los cargábamos en el carro, atravesábamos Puentecillas, subíamos la pindia cuesta, junto al viejo Instituto, hasta la Catedral, descansábamos en el Bolo de la Paciencia y regresábamos a nuestras casas, donde nuestras madres tenían mucho que hacer, metiendo la lana en las fundas de los colchones, para después coserlos.
Todo esto ocurría en la calle de San Juan de Palencia, en los años cuarenta.
Una historia de Julián González Prieto