Aquellos años en el pueblo

La realidad se cuece complicada,
sumisa a grandes voluntades, olvidada
de múltiples vivencias anteriores
que hemos aprendido a sobrellevar.
El pueblo que fue nunca más ha sido,
ningún verano deja el mismo sabor
de aquellos que están almacenados
en la retina de nuestra memoria.
Aquellos años que se fueron, han dejado
recuerdos que aparecen de forma recurrente.
Visibilizar de modo irreal nuestras vivencias
pasadas nos aferra a ilusiones vividas.
Aquellos años nos dejaron el sello del pueblo,
lo sentido, el tú, ¿de quién eres?,
los paseos hasta la fuente de los tres caños,
sin atajos, las escuelas, la puesta de sol en el picacho.
Una parte de lo que somos se esconde
en nuestro pueblo y, de una forma u otra,
nos ha marcado para siempre.
Cuando paseamos hasta la estación casi sin trenes
visualizamos como si fuera ahora mismo
algún juebo, alguna historia o caída de la bici,
algún árbol en el que escribimos nuestros nombres,
el rayo que cayó, la vaquilla por las calles,
los baños en el río donde había cangrejos.
La exploración de los límites de lo que hicimos
por estas calles y barranco, con la gente,
jugando entre las rocas de inexistentes crisis
nos dice que cambiar no es una opción.
Nunca lo fue, el mundo de hace años
se parece poco al que hoy vivimos
pero seguimos sintiendo en nuestras almas,
o donde sea, una nostalgia misteriosa
de lo felices que fuimos aquí.
Parte de ese pasado se proyecta hoy
donde las historias ajenas o comunes nos acompañan
sin olvidar el presente y el futuro
que sigue siendo lo más interesante.